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Si los consumidores estadounidenses no están saliendo en masa a gastar los dólares que hoy tienen de sobra por el ahorro en la gasolina y por la mejor creación de empleos, es porque se sienten angustiados por el futuro financiero de su país y de su cartera.

Ahorran y pagan sus deudas porque escuchan todo el tiempo que el banco central de su país está a punto de iniciar un proceso de incremento del costo del dinero y no son pocos los que recuerdan aquel episodio de aumento de hace una década, cuando el incremento descomunal de las tasas de interés decretado por Allan Greenspan desde la Reserva Federal (Fed) sembró la semilla para la crisis de las hipotecas subprime.

Ya es parte de un análisis más fino el prever que la Fed lleve las tasas de interés a la neutralidad de un nivel superior a la expectativa de inflación, pero lo mejor para el ciudadano promedio bien informado es estar preparados para no tropezarse con el patrimonio familiar otra vez.

La falta de buenos niveles de consumo es un lastre que la propia Fed se ha creado con su incapacidad o imposibilidad de ser claros sobre las fechas y los montos de los incrementos al costo del dinero.

En México hay también una situación de incertidumbre en torno a la condición económica del país. Los consumidores desconfían por la incidencia político partidista en el desánimo nacional, pero también porque ven, por ejemplo en el dólar, malas señales financieras presentes.

Hay poco que pueda hacer el Banco de México de manera autónoma a la política monetaria de Estados Unidos por razones más que obvias. Pero lo mejor que pueden hacer es mandar la señal que en México tenemos listas las resorteras para usarlas sin chistar en el momento que la Fed active su bomba nuclear del aumento de las tasas de interés.

Y así lo dejan ver los integrantes de la junta de gobierno que tienen derecho de voto. No dudarán en reaccionar con su política monetaria, no sólo de manera inmediata tras el aumento de las tasas de interés en Estados Unidos, sino ante cualquier desequilibrio financiero, por ejemplo, con el tipo de cambio. Y sobre todo, ante cualquier desequilibrio que notaran en la estabilidad de los precios lograda hasta ahora detonaría una reacción inmediata de los tomadores de decisiones del banco central.

La inflación en los niveles actuales sostenidos en torno al 3% es uno de los grandes logros macroeconómicos de México, pero es un arma de doble filo. En primer lugar, porque a pesar de que tiene muchos factores estructurales como resultado de las reformas energética y de telecomunicaciones, mantiene un componente volátil producto de los precios de temporada, entre ellos el de la energía eléctrica.

Entonces, es previsible que la inflación regrese a niveles superiores a 3.5% y el peligro es que podría ser visto como un fracaso y no con la naturalidad que se debería. Si se sumaran presiones derivadas de la depreciación cambiaria podría desencadenar los demonios inflacionarios tan temidos.

Lo que no harán desde el cuarto de guerra del Banxico será perjudicar el incipiente proceso de recuperación con medidas anticipadas o precipitadas de aumentar las tasas de interés, o al menos de mandar un mensaje de reaccionar por simple miedo.