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Todavía hasta hace un año las protestas o manifestaciones eran una opción para salir a la calle y exponer distintas causas y exigencias como sociedad civil al gobierno presente. Se iba con la seguridad de que no habría “grupos de choque”, violencia y/o riesgo de que algo malo pasara.

Incluso hasta recuerdo haber caminado sobre Paseo la Reforma embarazada de apenas unos 4 meses y más tarde con mi pequeña en la carriola.

Pero los tiempos han cambiado y la energía se ha convertido en furia y en rabia concentrada hacia los elementos de seguridad, monumentos y cualquier hombre que se le ocurra cruzársele en su camino.

Razones hay muchas, ha quienes están de acuerdo con las agresiones directas hacia los “granaderos” que en teoría ya no existen en la Ciudad de México, y que son elementos de la Policía cubiertos de pies a cabeza como anticipación a los escupitajos, pedradas, golpes, insultos y quién sabe qué más.

La marcha del lunes, como cada 28 de cada mes, fue por la despenalización del aborto principalmente, aunque muchos testimonios de mujeres allí presentes, fueron a causa de haber perdido a sus hijas por temas de violencia y narcotráfico, o porque ellas mismas han sido parte de violaciones y agresiones, sin que sus agresores hayan recibido algún tipo de castigo. 

Arbitrariedades le llamarán algunos, otros lo calificarán como injusticias, otros las nombrarán de manera despectiva como “las feministas”.

Más de dos mil mujeres han sido asesinadas en los primeros siete meses de este año, es decir 10.5 casos diarios. Los índices han aumentado, el confinamiento ha ayudado a ello, la falta de apoyo los las autoridades ha cooperado para que los números suban y no bajen.

De acuerdo a las cifras del Secretario Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública informaron que 2 mil 240 mujeres habían sido asesinadas durante los primeros siete meses del año en nuestro país, lo cual representa un aumento de 3.1 por ciento en comparación el año pasado. 

En le documento publicado el pasado 25 de agosto por el Gobierno de México “Información sobre violencia contra las mujeres” muestran que mil 674 casos han sido por homicidio doloso y 566 feminicidios.

Estado de México, Veracruz, Ciudad de México, Nuevo León, Puebla, Jalisco, Morelos, Oaxaca, Baja California, San Luis Potosí, Chihuahua, suenan a muchos estados, a que en gran parte del país las mujeres corremos peligro y no existe plataforma que nos tienda la mano a la hora de sentir miedo o ser agredidas de manera física y emocional.

Como lo mencioné en mi colaboración del pasado lunes, la tarea del fotoperiodista de salir a las calles a documentar es y debería de ser un incentivo para captar lo que no se ve, las escenas que se pierden entre una y otra imagen, entre información dudosa por redes sociales e información sacada de contexto.

No solo es la foto de la policía con los ojos lloros, no es la manifestante echándose agua en los ojos después de recibir gas lacrimógeno en el rostro, no solo es el grupo de mujeres encapuchadas que armadas con martillos caminan pegándole a todo lo que se les cruce en el camino. 

No solo es el humo, el graffiti, las que pegan, las que gritan, las que no traen blusa, las que traen el pañuelo verde en la cintura u otras que lo usan como bandolero, no solo son las imágenes de los monumentos manchados, de las paredes marcadas con frases insolentes, no solo es eso.

Por eso los y las fotoperiodistas tienen que acercarse, arriesgarse (y se los aplaudimos) para tener otra pieza de las tantas realidades y mentalmente poder organizar el cañonazo de información

Andrea Murcia lo sabe, puedo decirle que no la conozco en persona, aunque a veces pareciera, pero ella es parte del grupo de mujeres jóvenes y fotoperiodistas mexicanas que andan en la calle sin miedo a nada, ellas son las valientes del gremio

La valiente - la-valiente-laura-garza
En la fotografía, una mujer durante la protesta en la Ciudad de México para exigir la despenalización del aborto a nivel nacional. Foto por Andrea Murcia / Instagram @usagii_ko

Es más, podría asegurar que este año, las fotoperiodistas mexicanas están destacándose más que los hombres, porque años atrás el narcotráfico y otros temas los colocaban a ellos con más menciones, sin embargo, ahora muchas mujeres se la están jugando y están presenciando y documentando el pronunciamiento feminista, y están acercándose más a los actos violentos en el país.

También su capacidad visual y sensible, las acercan más a capturar mejor las historias de dolor y soledad tras el COVID-19.

Allí van con más valor, seguridad y ojo técnico para lograr grandes tomas. Andrea es una de ellas, está allí en medio de los dos bandos, usted póngale el nombre que quiera “las buenas” o “las malas”.

No escucha nada, porque los gritos son tan fuertes que sus cinco sentidos se han limitado a solo uno: el de ver.

Observa con la adrenalina suficiente entre las venas para estar atenta ante cualquier movimiento que la ponga totalmente en peligro, porque claro está, que “a salvo” no lo estaba.

El humo que viene de un lado, los gritos que vienen del otro, la energía de furia que retumba en la piel de todas, el enojo interno y propio de mujer, que seguramente en un momento de su vida ha sido acosada o conoce a quien ha vivido lo peor y no ha recibido justicia.

Entonces así como está Andrea, está esa mujer que tiene rostro, que tiene la cara limpia, la mirada en alto, la mano tendida y su voz.

Está una mujer que se arriesga, que pone en juego su voz que pronuncia su testimonio y los de muchas más. Una valiente que no trae en sus manos algo para agredir, que no va de negro, que la pañoleta verde la tiene en el cuello, que exige y demanda.

Porque también hubo mujeres así, que afrontaron la barrera de mujeres que el gobierno les puso para detenerlas, para frenarlas, para limitarlas. 

Como si fuera intencional un choque de mujer a mujer, sin la más mínima empatía que ellas portando su uniforme de policía también han sido agredidas, violentadas y quizá tuvieron que abortar de una manera clandestina.

En fin, los escenarios pueden ser muchos. El gobierno solo es uno, no hay para dónde más mirar.

Para eso sirve el trabajo de los fotógrafos, para complementar lo que vemos y sumar historias, como la de esta mujer de playera guinda, con cangurera color azul, que con una coleta, su mirada y su voz, fueron suficientes para plantarse de frente y exigir lo que todas queremos: RESPETO.