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Cuando Donald Trump nominó a Jerome Powell como sucesor de Janet Yellen al frente de la Reserva Federal de los Estados Unidos (Fed), seguramente creyó que estaba encargando el banco central a un obediente seguidor suyo.

Quizá por eso no se fijó en sus palabras al momento de proponer al senado su ratificación. Dijo que Powell era fuerte, dedicado e inteligente, con la experiencia para conducir un banco central independiente.

El republicano seguro pensó que era parte del montaje cuando Powell le respondió que se comprometía a tomar decisiones objetivas, en la larga tradición de independencia de la política monetaria.

El tiempo ha demostrado que Jerome Powell ha estado más cerca de esa tradición de independencia que de los caprichos monetarios del presidente.

Trump es uno de esos mandatarios que cree que la economía debe ir como él se la imagina. Y que basta que él lo pida para que sucedan las cosas.

Lo cierto es que hasta hoy ha conseguido mucho de lo que se propone, como por ejemplo calentar la economía por la vía fiscal, con su mayoría legislativa. También, ha logrado doblegar a sus socios comerciales de Norteamérica y Europa, y otras tantas linduras de corte más autoritario que de estadista. Pero hasta hoy con la Fed se ha topado con pared.

Su reclamo es uno: quiere el dólar más barato para mantener sus planes de crecimiento económico. Y más ahora que China, su acérrimo enemigo comercial, le ha recetado un duro revés cambiario en la guerra comercial que ambos libran.

Seguro que lo que más le puede a Donald Trump es que el presidente chino, Xi Jinping, puede con un chasquido tomar una decisión monetaria que el estadounidense está impedido de hacer.

Con ese estilo agresivo de atacar como primer recurso negociador, Trump ha mantenido bajo fuego amigo a la Fed. Y cada vez intensifica la frecuencia y la virulencia de sus ataques.

En la pasada reunión del Comité de Mercado Abierto de la Fed, tomaron la decisión de bajar en un cuarto de punto la tasa de interés. Pero lejos de cumplir con el capricho presidencial de bajar las tasas en mayor grado y a mayor velocidad, el mensaje fue de prudencia en ese camino de bajada del costo del dinero.

Es por eso que, ahora que se intensifica la guerra comercial y empieza a derivar en una guerra de divisas, Donald Trump explota contra su banco central y dispara con su arma de destrucción masiva favorita: Twitter.

Llega al nivel de decir que China no es su problema, sino la Fed. ¡Qué tal caerá en el mercado que el presidente de Estados Unidos mine a su propio banco central!

Los acusa de incompetentes, de testarudos e ignorantes. Quisiera citar a cada uno de los gobernadores del sistema de la Fed para gritonearles y jalarles las orejas en el Salón Oval, pero no puede. Eso lo debe frustrar.

De hecho, cuatro expresidentes de la Fed unieron sus voces para defender la independencia en la toma de decisiones del banco central bajo la batuta de Jerome Powell. Ahí están las firmas de Paul Volcker, Alan Greenspan, Ben Bernanke y Janet Yellen, junto con el mensaje de defender la independencia de la Fed de las presiones políticas de corto plazo.

Y ahí está el resto del mercado con el mensaje para el banco central estadounidense de que su verdadero papel es defender a Estados Unidos, pero de la política económica de Donald Trump.