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El FMI desnudó los intereses de Europa con la cruda verdad helena.

Alexis Tsipras, primer ministro griego, cree que se lo chamaquearon y que el programa que con tanto gusto llevó de vuelta a su Congreso contenía medidas que en teoría resultaban inaceptables para su visión de extrema izquierda.

Por eso es que dentro de ese país la sensación es que el gran ganador del plan de rescate no despacha en Atenas, sino en Berlín.

Y para los acreedores, está de su lado que al gobierno griego, a Syriza y a Tsipras se les puede presentar como un grupo de radicales que no sabe lo que hace, por lo tanto, se quejarán siempre de las mejores salidas que se les presenten.

Pero el Fondo Monetario Internacional (FMI) es otra cosa. De entrada está del lado de los acreedores, pero al mismo tiempo se pone en línea con la visión que ha sostenido el gobierno helénico.

El estudio recientemente publicado por el FMI respecto de la situación griega dejó a más de uno perplejo, no por la conclusión de que el plan no alcanza, sino por el hecho de que esa institución respaldaba el arreglo con Atenas en los términos conocidos, a la par que sabía de su inoperancia.

El Fondo, que encabeza la francesa Christine Lagarde, pretende ser técnicamente puro en su conclusión de hacer matemáticas y decir que la suma de todo lo que debe Grecia, menos el tercer paquete de rescate y la división entre el trabajo futuro de los helénicos, simplemente no es una operación correcta.

La realidad es que lo que hace el FMI es un ejercicio político, desnuda los intereses europeos con la cruda verdad de que están lidiando con un país quebrado y con limitadas capacidades autónomas con tal de mantener el estatus de un bloque altamente disciplinado y cumplido con sus finanzas a cualquier costo.

Conceptos como quitas, ampliaciones, gracia, subsidios son inaceptables para los líderes alemanes del bloque de la moneda única, y es justamente esa letanía la que receta el FMI como la única manera de sostener la presencia griega en el esquema del euro.

No aplica la explicación de que el FMI está ahora separado de Europa para cumplir con la agenda de Washington, simplemente porque el primer sorprendido de la posición del fondo fue Jack Lew, secretario del Tesoro de Estados Unidos.

Ya me imagino lo que habrían dicho si el titular del FMI hubiera sido Agustín Carstens y no la francesa Lagarde. El argumento sería que eso sucede por dejar en manos de los emergentes una institución del primer mundo. Pero resulta que la oficina la encabeza una francesa que sabe lo que implica que Grecia le quede a deber a París y a sus bancos.

Esta institución decidió publicar su bomba atómica justo antes de la votación de los diferentes parlamentos; no sólo el griego, donde Tsipras hoy tiene más opositores incluso de su propio partido, sino en las representaciones del resto de los europeos, incluido el Bundestag alemán donde, sobran los detractores del acuerdo.

Por todo lo demás, parece que el FMI tiene toda la razón: no hay manera de que ese pequeño país mediterráneo pueda hacer frente a un rescate de la muerte financiera que presenta la relación Grecia-euro.