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Quizá el paso de los años, desde defender el peso como un perro hasta estos días en que la moneda se tiene que cuidar sola, muestra una madurez financiera. Sin embargo, no deja de causar impacto ver la cotización del peso frente al dólar tan alejada de la mano del Banco de México.

En su más reciente comunicado de decisión de política monetaria, lo menos sorpresivo fue que la Junta de Gobierno dejara sin cambios la tasa de interés de referencia en 3 por ciento. Fue una jugada conservadora, pero predecible.

Es parte de la letanía habitual de un banco central el hacer referencia al cuidado de la inflación y del comportamiento económico, además de prometer seguir de cerca los hechos coyunturales, que en el caso de la economía mexicana casi todos pasan por el derrumbe de los precios internacionales del petróleo.

La inflación no goza de los privilegios de las economías más abiertas que hoy tienen precios de los energéticos muy bajos. Sin embargo, hoy no existen presiones inflacionarias en puerta. Al contrario, hay reducciones estructurales de los precios, como los servicios de telefonía, y una moderación en los incrementos por decreto, como en las gasolinas.

Cuando en noviembre pasado iniciaron las presiones cambiarias, desde el Banco de México llegó un mensaje de tranquilidad adelantando que se trataba de un episodio pasajero y que si el peso alcanzaba en ese momento los 14 pesos por dólar habría que esperar su regreso a niveles inferiores.

Evidentemente no sucedió. El precio del petróleo traza una línea casi idéntica a la depreciación del peso frente al dólar y no había mente sana que estimara que veríamos barriles de la mezcla mexicana en 37 dólares. Cuando se vio lo inevitable del comportamiento cambiario, el siguiente mensaje fue de monitoreo al efecto devaluatorio en la inflación.

No son pocos los componentes intermedios de la industria tasados en la divisa estadounidense y tampoco son escasos los bienes de consumo e inversión que se cotizan en el billete verde.

Hasta ahora, la inflación ha resistido sin mayores problemas la depreciación y así lo hizo saber el banco central, que ya con más tranquilidad para su causa adelanta que podríamos ver los dólares todavía más caros por diferentes factores, como el petróleo, pero también por las decisiones futuras de la Reserva Federal.

Y si el banco central mexicano dice que podríamos ver el dólar más caro y que ellos están tranquilos porque no se afecta la inflación, se cumple la profecía y sube el dólar.

Un peso barato incentiva las exportaciones, lo que a su vez aumenta la actividad económica y permite entre otras cosas compensar una parte de los ingresos que el país deja de percibir por la baja en los precios y los montos del petróleo.

Pero acomodarse en una guerra de divisas puede ser un juego peligroso que acabaría por revertir la paz inflacionaria conseguida.

Por eso, ni tanto como defender al peso como un perro, ni tanto como ofrecerlo a los lobos de los mercados como un cordero para que lo acaben de destrozar, como le ha pasado en las semanas recientes.