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¡Qué tal que Donald Trump, quien considera a CNN como una cadena de fake news, retuiteó por la mañana aquel estudio que marca a México como el segundo país más peligroso del planeta entero!

Está claro que esa información respalda su idea de dividir al México bárbaro del sur del primer mundo del norte con un muro fronterizo, cueste lo que cueste. Todo sea por dejar aislados a los bad hombres.

Pero es un hecho que no es posible condenar aquel estudio que hizo el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos que ubica a nuestro país como el segundo más violento, sólo por debajo de Siria, que está en guerra civil, o de Irak y Afganistán, donde hay combates antiterroristas, atentados y disputas religiosas.

Tampoco podemos condenar, al menos por esto, al presidente de Estados Unidos o todos esos medios que han retomado la información para presentar a México como lo que es: un lugar violento.

Estamos en ese momento en el que todas las estadísticas del crimen alcanzan nuevos máximos, cuando la violencia, la delincuencia y la impunidad son reales y se padecen en carne propia. Desde aquel que es asaltado en un microbús, hasta el que paga millones de pesos en blindajes y guaruras.

Desafortunadamente se siente que sí vivimos en un país que alcanza esos niveles de muertos de una guerra, por más que por estrategia política este gobierno haya querido eliminar el mote aquel de guerra contra el crimen que usó la administración anterior.

Los analistas que consulta el Banco de México, tanto como otros expertos que hacen estimaciones y pronósticos para esta economía, consideran que los problemas de inseguridad pública son el principal lastre que tiene el crecimiento económico en adelante.

Esa consideración está por arriba de cualquier problema financiero, comercial o económico en el mundo. Es una preocupación mayor a la baja en la plataforma de producción petrolera e incluso pesa más que la inflación o la depreciación del peso.

Y ese ha sido uno de los principales lastres identificados ya por varios años. Al mismo tiempo, es uno de los problemas menos atendidos por los tres niveles de gobierno y los tres poderes de la Unión.

Ser identificados en el mundo como la segunda zona más sangrienta y mortal del planeta no es precisamente lo que la causa mexicana requiere para impulsar el turismo, por ejemplo.

No es una manera de tener una oposición convincente ante los planes aislacionistas del gobierno de Trump. No es un instrumento útil para la atracción de inversiones productivas, no es lo que necesitamos para presentarnos a nosotros mismos como ciudadanos del mundo, honestos y capaces.

Pero, al final, quitando cualquier matiz o atenuante que se quiera aplicar a este estudio, lo cierto es que sí vivimos en un país violento. Y que esa violencia ha provocado la postergación o cancelación de las más diversas decisiones económicas. Desde la empresa que tiene que cerrar por las amenazas del crimen organizado, hasta la familia que no cambia de auto por temor a ser robados o secuestrados.