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Uno. Crecerá la presión para subir los salarios. La inflación se comió gran parte de los incrementos salariales que se otorgaron a lo largo del 2017. Si el objetivo es mejorar significativamente los ingresos de los trabajadores, para conseguirlo necesitaremos una o varias olas de incrementos salariales. Ojo: no me refiero a crecimientos basados en mejoras en la productividad, sino en la reposición de la capacidad adquisitiva perdida o erosionada por la inflación. Subir los sueldos es justo, es deseable y es moralmente correcto, el problema es que la economía no ofrece las condiciones para alzas de sueldos. Hay bajo crecimiento y mucha incertidumbre. Se ve difícil que haya aumentos mayores a 7% en la revisión de las salarios contractuales que se efectuarán en el primer cuatrimestre.

Dos. Los mayores ganadores con la inflación se encuentran en sectores con poca competencia. Dos cosas hay que tener en cuanta respecto a la inflación. La primera es que es uno de los impuestos más injustos del mundo, porque pega más a quienes menos tienen. La segunda es que no todos pierden con ella. El índice de inflación es un promedio donde se incluyen bienes y servicios que tuvieron incrementos de sus precios superiores a 30%: gasolina, el gas, boletos de avión y algunos alimentos como el huevo. Los productores o distribuidores de estos productos tuvieron la capacidad de trasladar a los consumidores sus incrementos en los costos y algo más. Allí hay empresas de gobierno como Pemex y empresas privadas. El denominador común es que operan en mercados donde la competencia es imperfecta.

Tres. La inflación mantendrá altas las tasas de interés. El Banco de México utiliza las alzas en las tasas de interés como un instrumento para contener la inflación, pero también como una forma de otorgar un premio a los inversionistas a cambio de su dinero. Cualquier tasa menor a 6.77% significa pérdida para el que invierte ahora. Pueden apostar a que no veremos descensos en las tasas. Tendremos, quizá, algunas alzas adicionales relacionadas con los movimientos que determine la Reserva Federal.

Cuatro. Cuando la inflación se acelera, hay brotes de desconfianza en la cifra oficial. Hay una brecha entre la percepción de la gente común y el mensaje de las autoridades. La inflación de 6.77 registrada durante todo el 2017 es calificada como “alta” o “muy alta “ por los expertos. La gente coincide con los expertos en que la inflación fue muy alta, pero duda de la cifra oficial, “te puedo enseñar mi ticket del súper. Es mucho más que el 6 o 7% de lo que dice el gobierno”. A los más desconfiados, les parece irrelevante que la medición es realizada por un organismo independiente. No están interesados en entender cómo se mide la inflación. Más bien, les gustaría saber dónde está el truco. En un país donde campea la desconfianza, todo sirve para alimentarla, incluyendo el repunte inflacionario.

Cinco. Hay riesgo de politización de la inflación, en año electoral. Los incrementos de precios provocan indignación y nostalgia, en el caso de los bienes que estuvieron sujetos a control de precios: gasolina, tortilla, transporte público. El riego de politización es real y enorme. La mejor manera de conjurarlo es dejar atrás el episodio inflacionario. El problema es que hay variables que están fuera de control: el tipo de cambio y la especulación, por ejemplo.