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Hay trabajadores especializados, con el mismo nivel de competencias y productividad, que en México ganan la quinta parte de lo que perciben en Estados Unidos

Cuando a principios de los años noventa se negoció el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) entre los gobiernos de Carlos Salinas de Gortari, George Bush padre y Brian Mulroney, quizá ninguno de los tres tenía en la mira que sus sucesores cambiaran algo de lo negociado.

No estaba en el presupuesto de Bush el perder las elecciones presidenciales ante los demócratas y para cuando llegó Bill Clinton a la presidencia estadounidense en 1993 el acuerdo estaba ya negociado, pero todavía no en vigor.

En Canadá, el tránsito entre Brian Mulroney y su sucesor, Jean Chrétien, fue terso y en la misma línea de apoyo al TLCAN, pero en Washington los demócratas, habitualmente contrarios al libre comercio, querían sangre.

Al final el acuerdo sobrevivió, pero con dos imposiciones, dos acuerdos paralelos con el toque de Clinton. Uno en materia medioambiental y el otro en materia laboral.

De ahí surgió el Acuerdo de Cooperación Laboral de América del Norte que buscaba mejorar las condiciones laborales en los tres países firmantes.

Más que una visión altruista de los demócratas, lo que tenían claro en la Casa Blanca es que la mano de obra barata en México era una desventaja competitiva para Estados Unidos.

El TLCAN se estrenó con un levantamiento armado, un magnicidio, una crisis política y a la vuelta de un año una de las peores crisis económicas de este país. Las mejoras laborales exigidas por la Casa Blanca se cambiaron por un plan de salvamento financiero, con el petróleo como garantía.

La mano de obra se abarató mucho más con la devaluación y la libertad sindical, la libre organización y la trasparencia lograron apenas algunos cambios muy mediocres. Claro que los empleadores encontraron oportunidades importantes de maximizar sus utilidades con este mercado laboral tan castigado.

La novedad es que 23 años después, en esta etapa de próxima renegociación del TLCAN, el gobierno del republicano Donald Trump ha puesto su mirada en el mercado laboral mexicano, sus bajos salarios, sus organizaciones y sus leyes.

Y si Bill Clinton estaba lejos del altruismo, Trump está en el polo opuesto de la Madre Teresa. Lo que claramente busca el gobierno de Estados Unidos es limitar esa ventaja competitiva mexicana tan injusta que es que sus trabajadores ganen una fracción de lo que su propia fuerza laboral percibe.

Hay trabajadores especializados, con el mismo nivel de competencias y productividad, que de este lado ganan la quinta parte que en Estados Unidos.

Está claro que uno de los talones de Aquiles de la economía mexicana es el retraso salarial, otro más es la falta de un Estado de Derecho, por lo que ubicar una negociación de las leyes laborales mexicanas como un eje fundamental del TLCAN es una estrategia de mucho poder que ha encontrado Donald Trump para presionar a México.

¿Cómo podría haber oposición dentro de México ante un planteamiento de tener mejores salarios? Es una jugada inteligente de aquellos que acá pueden mover el avispero interno ¡a favor de Donald Trump!