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La frontera sur implica un problema de seguridad nacional. La migración ilegal, el tráfico de armas y drogas, la presencia de grupos del crimen organizado y la disputa entre estos grupos del control territorial la convierten en un foco rojo.

Y no importa si hablemos de la frontera sur de México o la de Estados Unidos, las dos son un problema que, evidentemente, enfocamos desde aquí de una forma diferente.

Si hablamos de nuestra propia frontera sur, la realidad es que desde el centro o el norte del país subestimamos el problema porque lo vemos lejano, porque, en todo caso, creemos, desde la soberbia centrista, que es problema sólo de los chiapanecos.

Poca atención le ponemos a la crisis humanitaria que hoy vive Chiapas y sus 10,000 desplazados en tres años por la violencia en la zona fronteriza. Incorporamos los datos de secuestros y asesinatos en esa región a los números de la imparable violencia del país. Son estadísticas.

Pero eso sí, cuando los inmigrantes que cruzaron por este territorio toman un parque en la Colonia Juárez de la Ciudad de México o se les ve merodeando colonias de clase media en otras partes del país, entonces sí queremos que haya una acción de las autoridades en contra de venezolanos o haitianos desplazados por la violencia o la pobreza de sus propios países.

La paja en el ojo ajeno es más evidente cuando escuchamos, con justificada indignación, cómo los republicanos estadounidenses hacen de la frontera sur un tiro al blanco con fines electorales a la par que designan a Donald Trump como su candidato a la presidencia.

En México el populismo divide y saca ventaja política con la división de los mexicanos por clases sociales. Este país está fracturado, por acción de su propio Presidente, entre fifís y chairos, entre conservadores y “el pueblo”.

En Estados Unidos el discurso alevoso del populismo divide por razas y por condiciones migratorias. El trumpismo hace de los inmigrantes de piel morena sinónimo de delincuencia y usurpación de empleos.

López Obrador, desde el poder, soslaya la crítica situación en la frontera sur. Son muy pocos los desplazados, Chiapas no está en llamas, en fin, como siempre, minimiza como estrategia propagandística.

Mientras tanto Donald Trump, desde la oposición republicana, usa la frontera sur como el eje de su discurso nacionalista. Prepara la mayor deportación masiva en la historia de Estados Unidos y las medidas más radicales de control fronterizo que se hayan visto.

Todo lo que hemos escuchado en la Convención Nacional Republicana en Milwaukee nos indigna y nos preocupa, porque hablan muy mal “de nosotros”, porque implica amenazas económicas y políticas que sabemos que Trump va a cumplir si gana las elecciones presidenciales y porque sentimos que es un trato injusto, inhumano y racista por parte de aquellos políticos extranjeros.

Pero al mismo tiempo, nos incomoda ver migrantes afrodescendientes en las calles de nuestras ciudades, porque nos estorban y queremos que sean deportados o al menos reubicados fuera de nuestro entorno.

De nuestra frontera sur, de su crisis humanitaria, de los miles de indígenas mexicanos desplazados de su propia tierra, de la criminalidad desbordada, del tráfico humano descontrolado, de eso no nos ocupamos.

Del discurso de la frontera sur de los republicanos, nos indignamos.