Trump, por su parte, se mueve en una delgada línea: intenta proyectar firmeza ante Moscú para contrarrestar las acusaciones de connivencia, mientras mantenía sin tocar el corazón de las relaciones comerciales que podrían afectar a aliados estratégicos
Un intercambio de advertencias veladas entre Trump y Medvedev reaviva tensiones en torno a la guerra en Ucrania.
Mal comienza agosto.
Escribo en la mañana del día dos de agosto y llevo ya algunas horas sumergido en la lectura de noticias. En los últimos días, una serie de declaraciones cruzadas con tintes de ultimátum y mensajes que buscaban ser indirectos, el ex primer ministro y expresidente de Rusia y actual vicepresidente del Consejo de Seguridad Nacional, Dmitri Medvedev, y el presidente estadounidense Donald Trump han protagonizado en los medios y en las redes sociales, un áspero episodio en el ya complejo tablero de la guerra en Ucrania. El trasfondo: los persistentes llamados de Trump a que Moscú se siente con Kiev a negociar un cese al fuego, advertencias que en Moscú fueron interpretadas con desconfianza y, en ciertos círculos, como una forma de presión muy poco encubierta, si no es que francamente directa e inusualmente agresiva.
Trump, quien ha intensificado su retórica respecto al conflicto ucraniano en un intento por desmarcarse de las críticas que lo acusan de ser condescendiente con el Kremlin, aseguró públicamente que, de no detener la guerra, Rusia enfrentará “consecuencias económicas graves”. Aunque sus palabras no fueron seguidas de acciones concretas contra Moscú, sí aplicó recientemente nuevos aranceles a la India por continuar importando petróleo ruso, una medida que sorprendió a muchos observadores internacionales.
Esta advertencia forma parte de un giro discursivo notorio. Trump, que su campaña había prometido resolver el conflicto “en 24 horas”, fijó un plazo de 50 días para que Moscú dé señales claras de querer alcanzar la paz. El nuevo enfoque incluye el envío de sistemas de defensa antiaérea a Ucrania, financiados por aliados europeos, y ha sido presentado como un endurecimiento de su posición. Sin embargo, diversos analistas advierten que esta nueva postura es ambigua: más una señal a sus críticos que una estrategia coherente de presión internacional.
La reacción rusa no se hizo esperar. Medvedev, conocido por su retórica agresiva y por desempeñar un rol ambiguo dentro del Kremlin —sin mando operativo pero con acceso al círculo de poder— respondió desde su cuenta oficial en la red social VK con una advertencia apenas velada: “Estados Unidos debería recordar que Rusia nunca aceptará amenazas bajo presión. Los que juegan con fuego pueden acabar en cenizas”. Aunque no mencionó directamente a Trump, el mensaje fue interpretado por analistas como un claro rechazo al tono del mandatario estadounidense.
Un precedente:
Desde Moscú, otras voces también han minimizado las amenazas y estas dos, que cita la nota de El País del 15 de julio, son notables pues son un claro preludio a las declaraciones de Dmitri Medvedev: El portavoz presidencial, Dmitri Peskov, señaló que el nuevo apoyo estadounidense a Kiev “será percibido no como una señal de paz, sino como una señal para proseguir la guerra”.
El ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, fue aún más directo: “Hemos soportado las sanciones anteriores y soportaremos estas. Aquellos que inician una guerra de sanciones contra Rusia acabarán hundidos en el mismo agujero que cavaron para su hermano [Ucrania]”.
Poco antes, el Financial Times reveló que durante una llamada el pasado 4 de julio, Trump preguntó a Volodímir Zelenski si Ucrania estaría en condiciones de atacar Moscú y San Petersburgo, a lo que el presidente ucraniano respondió afirmativamente si recibía el armamento necesario. La frase, posteriormente matizada por Trump —quien afirmó que Zelenski “no debería atacar Moscú”— alimentó aún más la incertidumbre sobre sus verdaderas intenciones.
Entra Bolton
Hace unas horas, por la tarde del mismo día del anuncio de Trump, John Bolton, exasesor de Seguridad Nacional durante la primera administración Trump —y quien se ha transformado en un crítico severo del presidente— intervino en la conversación desde los estudios de CNN. “Trump no comprende realmente cómo funciona el sistema de disuasión nuclear de Estados Unidos. Tenemos submarinos de clase Ohio, con capacidad de lanzar una segunda oleada nuclear en caso de ataque. Estos submarinos están desplegados de forma permanente y son clave para el equilibrio estratégico global.” afirmó Bolton, en una crítica directa a la aparente trivialización del tema nuclear por parte de Trump.
De lo declarado por Bolton debemos entender dos realidades: primero, que ese tipo de submarinos ya se encuentran permanentemente desplegados, y se movilizan conforme a itinerarios altamente clasificados y segundo, inferir que ese estado de permanente alerta, comentado por Bolton en televisión abierta, no es un secreto, sino un hecho de amplio y corriente conocimiento de la mayoría de los aparatos de inteligencia, incluyendo, desde luego a los de Rusia, China. ¿A qué juega quién?.
Un frente interno
En círculos diplomáticos y de inteligencia se interpretó la declaración de Bolton como algo más que una simple entrevista: un mensaje crudo hacia Trump, probablemente impulsado por sectores del aparato de seguridad estadounidense que temen una desestabilización del equilibrio nuclear estratégico si las amenazas entre actores clave del conflicto se intensifican sin un fundamento técnico real ni una causal diplomática de peso.
En este contexto, la respuesta de Medvedev también puede entenderse como un “proxy”, un mensaje indirecto a Trump en vez de una declaración oficial del Kremlin. En Rusia, ningún funcionario hace ese tipo de declaraciones sin la autorización o instrucción de su presidente.
Más aún, el expresidente ruso no tiene control sobre las decisiones de despliegue de activos militares ni sobre el armamento nuclear, y su papel, aunque visible, está lejos de las líneas de mando operativo. Sin embargo, su figura sigue siendo utilizada como portavoz extraoficial para emitir mensajes con doble filo: suficientemente agresivos como para intentar disuadir, pero lo bastante ambiguos como para no comprometer directamente al gobierno de Vladimir Putin. Putin evitará hasta donde sea posible un enfrentamiento verbal con Trump.

Noticias del proceso empujado por Trump
Mientras tanto, el frente diplomático se mueve con pasos mínimos. Estambul ha acogido una serie de contactos entre delegaciones rusas y ucranianas, pero ni Moscú ni Kiev, aferrados a posiciones maximalistas, esperan en realidad avances sustanciales. Rusia utiliza estas instancias para negociar aspectos logísticos —como el intercambio de prisioneros o la devolución de cuerpos—, sin tocar el núcleo del conflicto. Ucrania insiste en que solo una reunión directa entre Putin y Zelenski podría destrabar el proceso, pero Moscú sigue negando legitimidad al líder ucraniano. En el horizonte previsible no parece viable una reunión entre ambos mandatarios.
Una ruta indirecta para sancionar a Rusia
Trump, por su parte, se mueve en una delgada línea: intenta proyectar firmeza ante Moscú para contrarrestar las acusaciones de connivencia, mientras mantenía sin tocar el corazón de las relaciones comerciales que podrían afectar a aliados estratégicos, como India. Ahora, al sancionar a Nueva Delhi y no a Moscú, el presidente parece querer mostrar independencia de criterio, aunque el efecto en la arena geopolítica no es claro y puede ser contradictorio. A raíz de las recientes sanciones, las voces que emanan de Nueva Delhi y de Brasilia -si bien por razones bien diferentes- son dominadas por fuertes protestas hacia Washington y demandas por encontrar nuevos socios comerciales. Es previsible que los recientes hechos sirvan de acicate para una mayor cohesión y dinamismo al interior de los BRICS +.
Mientras, en el frente de batalla
La guerra en Ucrania se caracteriza de una parte por un lento avance ruso en el frente y que contrasta con un notable incremento en los ataques aéreos a Ucrania utilizando bombas guiadas, misiles y drones, mientras que, por otro lado, Ucrania realiza un casi desesperado esfuerzo por lograr apoyos sostenidos para incrementar sus capacidades de defensa y ataque por la vía aérea.
En ese marco, los gestos y palabras de los actores internacionales pueden llegar a tener tanto peso como las acciones militares sobre el terreno. Disminuir o pausar la ayuda militar a Ucrania ha movido la mesa en favor de Moscú. Una reacción desproporcionada que traslade la presión a Rusia con gestos que suenan más a posicionamientos táctico-militares que a sanciones, puede ser altamente contraproducente y desestabilizador.
La prensa de hoy
Esta mañana del sábado dos de agosto, la prensa europea, aún en terapia después del shock del proceso mediante al que se llegó a un principio de acuerdo arancelario con los Estados Unidos, se limita, en su mayoría, a reportar el intercambio entre Medvedev y Trump y señalan que ante las palabras amenazantes del expresidente y ex primer ministro ruso, el presidente estadounidense ha movilizado a un par de submarinos nucleares hacia zonas estratégicas. Sólo Le Monde -hasta ahora- avanza una teoría y asimila el gesto de Trump a la llamada Teoría del Loco (Madman Theory) que se asocia principalmente a la política exterior de la administración Nixon y que consistió en una estrategia para hacer creer a los adversarios de los Estados Unidos que su presidente (Richard Nixon) era un líder impredecible y capaz de cumplir con cualquier amenaza militar que profiriera. Esta estrategia, que puede arrojar algunas victorias, puede ser a la larga contraproducente: el camino del loco se convierte en un sendero previsible. El anunciado lobo no llega, o peor para el cazador, llega antes de lo anticipado.
Mientras tanto, desde el Pentágono y el Ministerio de Defensa ruso, impera el silencio. Una señal inequívoca de que, más allá de las palabras, lo que está en juego son equilibrios que nadie se atreve —todavía— a romper del todo. Hay una línea muy delgada que mantiene la paz y por ella caminan varios.
Medvedev tiene razón en una cosa: Rusia es una potencia militar en el terreno nuclear.
Los números fríos disponibles nos revelan que Rusia tiene una ligera ventaja sobre Estados Unidos en materia de cabezas nucleares. Esos números nos dicen que ambos países lograron llegar hace décadas a un mortal equilibrio: en caso de ataque nuclear, la destrucción mutua está asegurada. Si las bombas caen, todos pereceremos después del holocausto nuclear.
Si una supuesta misión de Mevdevev era provocar la reacción de Trump. Misión cumplida.
Si por provocación u omisión, la reacción de Trump lo llevó por el camino de una “movilización” de activos militares, esa ruta le llevará por una línea delgada que al final conduce sino a un precipicio; una vez ya frente al vacío no queda más que recular o saltar.
Mientras, a Putin le queda una cómoda respuesta a flor de labios: así no, Donald, así no.
La primera gran pregunta que nos debemos formular es si este episodio marcará un cambio de rumbo definitivo en la estrategia de la Casa Blanca hacia Rusia o, si a partir de la ineficacia que esta parada pudiera tener, Trump rectificará para evitar una innecesaria escalada con Putin. Es probable, sin embargo, que la relación entre ambos esté en camino de un deterioro irreparable. Hay, por otro lado, voces que tildan a este episodio de tongo, me parece altamente improbable porque sería un juego demasiado arriesgado y con demasiadas piezas en movimiento simultáneo.
Trump tienen razón en una cosa: las palabras importan. Caminamos todos por una línea muy delgada.
