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En lo que va del año, la cotización de la lira turca frente al dólar pasó de 3.77 a 7.05, detonando una crisis de confianza en la habilidad de Turquía de cumplir sus obligaciones financieras a nivel internacional, situación que amenaza con expandirse a otros mercados emergentes.

Las razones detrás de la crisis en Turquía no son nuevas: la inflación lleva años en constante ascenso, las tasas de interés son negativas en términos reales y los niveles de endeudamiento público y privado en moneda extranjera han venido creciendo de manera importante.

La situación actual ha llevado a Turquía a experimentar lo que se conoce como un twin deficit, al tener un creciente déficit público y enfrentar un deterioro en la situación en su cuenta corriente derivado de una menor entrada de divisas y una fuga de capitales (tanto de inversionistas extranjeros como domésticos). Este problema del déficit gemelo se está acentuando gravemente ante las crecientes tensiones comerciales con el gobierno estadounidense.

La decisión proteccionista de imponer un arancel a todas las importaciones de acero y aluminio implementada por Estados Unidos hace unos meses ha sido dolorosa para Turquía, que es el noveno mayor exportador de acero a nivel mundial, siendo Estados Unidos su principal mercado de exportación.

Hace unos días, Donald Trump amenazó con duplicar el arancel a Turquía si el gobierno de ese país no libera al pastor y ciudadano americano Andrew Brunson, acusado de participar en el intento de golpe de estado contra el gobierno actual en el 2016. La amenaza de mayores aranceles, combinada con lo que se concibe como una falta de diligencia y destreza en el manejo de la política económica, han creado un entorno sumamente negativo para Turquía.

La falta de independencia del banco central turco —que no ha podido subir las tasas de interés para responder a la fuga de capitales y creciente inflación—, aunado a un nivel inadecuado de reservas internacionales, podría limitar el acceso a los mercados de capital internacionales para financiar el creciente déficit y refinanciar vencimientos de deuda próximos, provocando una crisis de liquidez que se podría convertir en una crisis de insolvencia. Esto ha provocado una fuga de capitales que se ve reflejada en la pérdida de valor de la lira turca frente al dólar.

Tradicionalmente, el banco central respondería a esta situación con un incremento importante en las tasas de interés para detener la fuga de capitales y combatir la inflación. Sin embargo, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, se ha opuesto a medidas económicas ortodoxas y ha tomado una postura nacionalista donde culpa a Estados Unidos y los intereses internacionales de provocar esta crisis. El nombramiento de su yerno como ministro de Finanzas tampoco ha ayudado a los mercados.

Para dimensionar las posibles ramificaciones de un mayor deterioro de la situación en Turquía, vale la pena recordar que es la decimoséptima economía del mundo en tamaño y uno de los mercados emergentes más importantes. En el contexto europeo, la economía turca es cuatro veces la de Grecia y representa aproximadamente 6.5 por ciento del Producto Interno Bruto de la eurozona. Turquía también representa el portal de Europa hacia el Medio Oriente, jugando un papel estratégico en las relaciones entre estas dos regiones.

Un default por parte de Turquía o su sector corporativo sin duda tendría repercusiones importantes sobre sus acreedores y mandaría una onda sísmica al resto del mundo emergente. Aunque hay una diferenciación importante entre la situación turca y la de otros países emergentes, y el riesgo de contagio podría estar contenido, la situación mantiene a los mercados en vilo.