Minuto a Minuto

Internacional Google y Microsoft donan un millón de dólares al acto de investidura de Trump
El comité que organiza y gestiona las donaciones para la investidura de Trump lleva 170 millones de dólares en donaciones
Internacional González Urrutia exige la liberación inmediata de Maria Corina Machado
El líder opositor Edmundo González Urrutia pidió a los cuerpos de seguridad venezolanos "no jugar con fuego"
Internacional Los vientos de Santa Ana y su impacto catastrófico en los incendios de California
Los vientos de Santa Ana, más la sequía en California, provocaron el escenario ideal para la propagación de incendios
Nacional Sheinbaum se reúne con los consejeros del INE en Palacio Nacional
Los consejeros del INE se reunieron este lunes por la tarde con la presidenta Clausia Sheinbaum en Palacio Nacional
Deportes Murió Alberto Onofre, leyenda de Chivas
Chivas informó de la muerte de su exjugador Alberto Onofre, quien obtuvo varios títulos en el club rojiblanco

La censura paternalista y la estupidez publicitaria son los rasgos que Jesús Silva Herzog-Márquez destaca en su lectura de lo que llama, con precisión sugerente, la “cátedra viciada”: eso que las reglas vigentes de una democracia predican como conducta deseable a sus ciudadanos (“La cátedra viciada”, Reforma, 27/4/15).

La cátedra de nuestra democracia, dice Silva-Herzog Márquez, se especializa en evitar el conflicto connatural a la pluralidad, y en suplantar propuestas y compromisos políticos con un magma de anuncios cuya consistencia es la de la “baba de caracol”.

La censura suprime los filos del debate democrático al prohibir en las campañas todo lo que pueda resultar ofensivo para candidatos o partidos.

En aras de la dignidad de la contienda se vetan las campañas negativas. Con ellas se disuelve también la saludable aspereza de la competencia por la credibilidad de los votantes.

Los políticos dejan de insultarse y denunciarse frente a la ciudadanía, pero también dejan de vigilarse entre sí frente a esa misma ciudadanía, con lo cual se diluye la astucia maquiavélica fundamental del ecosistema democrático: que los malos vigilen a los malos, ya que los buenos se vigilan solos.

Que políticos y partidos se saquen mutuamente los trapitos al sol, es un servicio para la ciudadanía, no un agravio a la moral pública.

Sobre la estupidez cívica y política que mana de los anuncios de campaña, hay poco que agregar a lo dicho por Silva-Herzog Márquez.

No hay una sola cosa predicada en ellos que pueda comprobarse cierta. Venden abstracciones y mentiras. De un anuncio de cerveza pueden quitarse todas las mentiras y los autoelogios, pero queda la cerveza. Si se quitan las mentiras y los autoelogios de los comerciales de los partidos en campaña, no queda nada, a veces ni siquiera la sigla del partido patrocinador.

¿Qué aprendemos de esta cátedra viciada?, pregunta Silva-Herzog Márquez. Responde: “Que somos menores de edad, que la política es una competencia de estulticia. Que los burócratas se creen nuestros tutores y que no hay idea que se cruce en la política”.

Algo hemos hecho muy mal con nuestra democracia en materia de censura discursiva y sobreabundancia publicitaria.

[email protected]