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El exceso de liquidez se deja sentir en esos movimientos bruscos a los que se enfrentan las economías emergentes.

En la lista de calamidades financieras que han azotado al mundo durante los últimos años hay que poner a la cabeza sin duda la crisis subprime de Estados Unidos que desató la gran recesión mundial.

Y a partir de ahí la bola de nieve no ha parado: todos los episodios que hemos visto desde aquel emblemático 15 de septiembre del 2008, cuando quebró Lehman Brothers, a la fecha están conectados.

La crisis griega, la desaceleración china hasta la salida del Reino Unido de la Unión Europea tienen que ver con ese deterioro económico global y ese privilegio de los rendimientos financieros por los que hemos transitado en esta década.

Una parte importante de los síntomas de enfermedad económica-financiera actual tiene que ver con los efectos secundarios de la medicina aplicada.

El exceso de medidas fiscales de apoyo a las economías generó desequilibrios que se notaron con fuerza en países como Grecia o España. Y el exceso de liquidez recetado por las autoridades monetarias se deja sentir en esos movimientos bruscos a los que se enfrentan, sobre todo, las economías emergentes.

Entre los focos rojos que se han encendido en estos años hay un permanente en el tablero mundial y ése se identifica como el cambio en la política monetaria de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed).

Podemos poner una fecha específica para el disparo de las angustias por el posible incremento del costo del dinero en Estados Unidos. Fue en mayo del 2013 cuando se dio la primera sacudida global ante esta posibilidad.

Desde entonces a la fecha hay miedo a lo que digan los integrantes de la Fed; temor cada vez que se reúnen a tomar decisiones; pánico en cada discurso, y tiemblan las piernas de los que defienden sus posiciones financieras cada vez que se publican datos económicos.

Por eso es que ahora que conocimos que la economía estadounidense agregó 287,000 nóminas no agrícolas queda el doble sentimiento de ver a la economía más grande del mundo recuperase y crecer, pero, al mismo tiempo, se vuelve a temer que está más cercano de lo pensado un aumento a la tasa de interés.

Claro que dentro de la Fed prometieron monitorear un par de datos de empleo y mostraron su angustia por los efectos del Brexit en la economía estadounidense, pero hay que vivir en la bipolaridad de tener buenos datos económicos y angustiarse por ello.

Lo que está claro es que para ver los efectos de la salida británica hay que esperar a ver los datos de julio, porque el Brexit se dio prácticamente en la última semana de junio. Por lo tanto, si atendemos a los dichos de la Fed, los mercados se compraron tiempo antes de que se pueda fijar la siguiente estimación de esos banqueros centrales.

Lo que hizo la Fed por la economía estadounidense quedará para la historia, el rescate monetario ante la imposibilidad fiscal de hacerlo y sus buenos resultados. Pero el proceso de regreso a una cierta normalidad monetaria en Estados Unidos es hoy una preocupación del presente y que se ha extendido ya por muchos años.