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Paul Romer, ganador del Premio Nobel de Economía 2018, junto con William Nordhaus, fue noticia a inicios de este mismo año cuando renunció al Banco Mundial.  / Resulta que Romer era el economista en jefe del Banco Mundial, pero renunció a su cargo porque de acuerdo con este experto, este organismo mundial había manipulado sus estimaciones económicas para perjudicar al gobierno de Michelle Bachelet en Chile.

Este escándalo, que pasó un poco de noche a principios de año, regresa con fuerza porque el entonces denunciante recibe ahora el premio más destacado al que puede aspirar un economista.

Claro que debe ser tema de debate que diferentes instancias obligadas a la imparcialidad se presten a la manipulación de las cifras para causar efectos políticos. Y si eso ocurrió en el Banco Mundial, debe haber un replanteamiento de raíz para evitar esa manipulación.

Pero esa es una tentación muy común en los ámbitos locales. La manipulación estadística es una de las primeras armas que utilizan muchos gobiernos para evitar los controles y para perpetuarse en el poder.

En Venezuela, el Instituto Nacional de Estadísticas acompañaba con datos manipulados al régimen bolivariano hasta que la quiebra de esa economía provocó que esa instancia dejara de publicar estadísticas, hace casi cinco años. No tenían ni dinero ni credibilidad para mantener su labor.

En México, desde hace 10 años el seguimiento estadístico es autónomo, lo que ayuda a la credibilidad de las cifras y por lo tanto a la toma de decisiones.

El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) tiene 10 años de autonomía y si bien no ha estado ajena a cuestionamientos, como aquel pleito estadístico de la medición de la pobreza que se aventó con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, la realidad es que goza de credibilidad.

Ahora, es un hecho que una buena carrera puede terminarse con un tropezón. Por eso es muy bueno que en su décimo aniversario en el Inegi tengan claro que la información que generan debe responder exclusivamente a cuestiones técnicas y no a grupos de interés. Es un refrendo fundamental.

La manipulación informativa que padeció este país en los años 70, 80 y 90 permitió a esos gobiernos despedazar la economía desde la oscuridad.

Fue hasta la segunda mitad de los 90 cuando la transparencia y autonomía de gestión del Banco de México, después del Inegi y a la par de los propios medios de información redujeron radicalmente los márgenes de manipulación macroeconómica.

Otras autonomías, como la del órgano electoral, cerraron la brecha al manejo discrecional de la vida pública mexicana. Pero falta. Hay mucho por avanzar, por ejemplo, en la información disponible de los manejos presupuestales a todos los niveles. Ahí seguimos en la ceguera total, porque los organismos que deben vigilar esos recursos siguen siendo dependientes de los poderes Ejecutivo o Legislativo y ni hablar del caparazón del Poder Judicial.

Pero en materia del manejo macro, el éxito es del tamaño del buen trabajo del Inegi y del Banco de México.

Ni un paso atrás a las autonomías que podrían ser vulneradas desde la voluntad mayoritaria del Congreso, pero también pueden sufrir estragos a través de caballos de Troya.

La inclusión de personajes que sirvan a intereses particulares en esos organismos autónomos puede abrir la puerta a las tentaciones del poder absoluto.