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La toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador tiene muchas lecturas. Me quedo con la conexión íntima que tiene con la gente y que vimos en las calles, en los recorridos y en el Zócalo. Un vínculo que él mismo rescató en su discurso cuando le pidió al pueblo que no lo dejara solo: “Sin ustedes, los conservadores me avasallarían fácilmente, pero con ustedes me van a hacer lo que el viento a Juárez”.

Esa conexión apunta a un cambio radical en la forma de anclar políticamente al gobierno. Después de los acuerdos cupulares, las negociaciones entre partidos y el reparto de recursos públicos, ahora se vislumbra un poder sustentado en la movilización popular.

El Pacto por México fue el ejemplo más claro de la lógica cupular; una alianza del gobierno con las dirigencias de los partidos para romper las trabas impuestas por los gobiernos divididos, y de la que nada se supo hasta su anuncio oficial. El planteamiento ahora es remplazar estas negociaciones por la convocatoria directa al pueblo. Es como si transitáramos del Pacto por México a un pacto con México.

El planteamiento remite a la política de masas del cardenismo, cuando en aras de consolidar el poder, sacudirse a Calles y enfrentar a latifundistas y corporaciones extranjeras, el presidente recurrió a la organización y movilización de obreros y campesinos. Para el presidente López Obrador, la lucha contra el neoliberalismo y los conservadores seguramente no es menos importante que la que se libró en aquellos años.

Entonces, la movilización popular fue canalizada por las grandes organizaciones de masas que acabaron constituyendo los pilares del partido oficial. Hoy, el llamado al pueblo es directo, sin intermediarios.

La conexión política más fuerte se da con esa parte del pueblo que constituye su base y que responde a sus llamados. Esta lógica, anclada en la movilización social, es la que hemos atestiguado en las recientes consultas y es la que seguramente veremos a lo largo del sexenio.

La emoción social que observamos el sábado en el Zócalo no solo demuestra la estrecha conexión entre el presidente López Obrador y la gente, sino el gran capital político del que dispone para tratar de construir un nuevo régimen.