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La competencia será cuesta arriba para los recién llegados, pero hay ventanas de oportunidad para los que sepan producirlas.

Con la declinación de Mario Vázquez Raña, el proceso de licitación de TV abierta ha entrado en la dimensión desconocida. Sólo quedan en la recta final el grupo Imagen, de Olegario Vázquez Aldir, y Radio Centro, de Francisco Aguirre. Considerando que ya van cinco grupos que dicen no, se vale lanzar un par de preguntas: ¿se mantendrán los dos aspirantes que quedan? ¿La autoridad tiene un plan B?

El calendario establece que, a más tardar, el 19 de marzo se conocerá a los “ganadores”. Faltan cinco semanas para que esto ocurra. Esto es mucho tiempo, suficiente para producir otra deserción: ¿qué pasará si Vázquez Aldir o Aguirre siguen los pasos de los otros cinco grupos?

Un proceso que pretendía incrementar la competencia en un mercado valuado en 42 mil millones de pesos anuales se encamina a ser un concurso sin competencia. Ésa es la paradoja.

Se están licitando 246 frecuencias de televisión, divididas en dos bloques de 123. La ausencia de competencia refleja el interés decreciente de los participantes. Quién quiere invertir más de mil millones de dólares por entrar a un negocio que decrece año con año y que está amenazado por una constelación de cambios tecnológicos. El gasto más importante no son los 862 millones de pesos que pide el gobierno como contraprestación por las frecuencias de televisión. Es la adquisición de equipo y el desarrollo de una programación que tenga posibilidades de quitar una buena rebanada a las dos empresas que dominan el mercado, Televisa y TV Azteca.

¿Es un fracaso para el gobierno esta licitación? Falta ver cómo concluye el proceso, pero es un hecho que nos encontramos en un escenario muy diferente al que proyectaban las autoridades. Dos grupos están en la recta final. No se necesita dar muchas vueltas para imaginar los desenlaces: en el primer caso, cada uno que queda con un bloque de 123 frecuencias; en el segundo, uno de los dos se queda con todas las frecuencias.

La tercera posibilidad es que se declare desierto el concurso. Es indeseable. La licitación de las frecuencias de TV abierta se llevó a cabo con 15 años de retraso en México. Anular para luego reponer el proceso implicaría perder otros dos años. Dar más tiempo no resuelve nada. En este caso agrava el problema.

Yo soy de los que piensan que la licitación es un fracaso. Nadie imaginaba que a estas alturas, la búsqueda del objeto de deseo se hubiera convertido en la rifa de un tigre. Dicho lo anterior pienso que, a pesar de todo, podríamos encontrarnos en el mediano plazo con un incremento real en la competencia en televisión abierta. Es obvio que estamos en un mercado que tiene dos jugadores muy fuertes. Es evidente también que hay insatisfacción por la oferta disponible. El crecimiento de la televisión en cable y de las opciones televisivas en Internet no sólo refleja el vigor de las nuevas tecnologías. También expresa la búsqueda generalizada de nuevas opciones en temas, enfoques y formatos.

El desenlace final no dependerá tanto del fallo que el IFT dé el 19 de marzo, sino de la forma en que trabajen las empresas que ganen las frecuencias de TV abierta. Es importante lo que decida el gobierno, pero mucho más trascendente es lo que se defina en el mercado. La competencia será cuesta arriba para los recién llegados, pero hay ventanas de oportunidad para los que sepan producirlas.