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Desde mediados de la semana pasada, los principales índices accionarios en Estados Unidos han mostrado una tendencia a la baja. A pesar de que la economía estadounidense se encuentra en su etapa de expansión más robusta desde el 2007, los mercados han comenzado a mostrar preocupación por un factor ausente en los últimos 10 años: la inflación.

Desde el inicio de la crisis del 2008, uno de los objetivos centrales detrás de las decisiones de política monetaria de los bancos centrales de las economías desarrolladas fue evitar un escenario de deflación similar a la Gran Depresión o a la década perdida de Japón en los años 90.

Esto llevó a los bancos centrales a embarcarse en un experimento de expansión monetaria inédito y de proporciones históricas.

Además de reducir las tasas de interés a cero y mantenerlas ahí durante un periodo prolongado, los bancos centrales inyectaron cantidades inusitadas de recursos a la economía, mediante un programa de expansión cuantitativa que básicamente implica la impresión de dinero para comprar instrumentos financieros.

A pesar de estas medidas sin precedente y la advertencia de varios expertos, la inflación ha brillado por su ausencia en el mundo desarrollado. Esto sucedió por varios motivos, incluyendo una severa disminución en la velocidad de desplazamiento del dinero.

Dado que la Gran Recesión fue provocada por una grave crisis de apalancamiento que derivó en una gran contracción por la demanda de crédito, la creación de dinero por parte de los bancos centrales, que fue principalmente destinada a la compra de instrumentos financieros, tardó mucho tiempo en llegar a la economía real.

Como consecuencia, la inflación se hizo evidente en los precios de los activos financieros, pero no en los de los bienes y servicios.

Por otro lado, los precios de los commodities comenzaron a caer de manera estrepitosa a partir de mediados del 2014, justo cuando la economía global se alejaba de manera más clara de una posible recaída.

Aunque algunos bancos centrales, como la Fed, han comenzado un proceso gradual de normalización de su política monetaria, las condiciones monetarias a nivel global siguen siendo sumamente acomodaticias, lo cual ha favorecido al desempeño de los mercados accionarios. Sin embargo, el reciente repunte en el precio de los commodities, que ahora se da en medio de una etapa robusta en el ciclo de expansión económica en Estados Unidos, la posible implementación de tarifas a las importaciones de ciertos bienes, un mercado laboral en pleno empleo y la implementación de estímulos fiscales han generado, por primera vez en 10 años, que las expectativas de inflación se incrementen.

Como lo comentamos en la edición de Sin fronteras del martes, esta situación ha llevado a las tasas de interés de largo plazo a su nivel máximo en casi cinco años.

La herramienta de medición de la inflación preferida por la Fed —el PCE Core— ha venido mostrando incrementos graduales durante los últimos meses y está, por fin, muy cerca de converger con el objetivo de 2 por ciento.

La pregunta que se hacen los mercados es si las autoridades monetarias se verán obligadas a actuar de manera menos gradual para mantener la inflación cerca de la meta.

Algunos especialistas opinan que, en el contexto actual, no hay suficiente inercia para preocuparnos por un brote inflacionario, ya que la amenaza de guerra comercial se quedará en eso, una amenaza, y que la inflación salarial en el mercado laboral está totalmente bajo control, mientras que los precios del petróleo difícilmente subirán más, a menos de que haya un conflicto geopolítico duradero en el Medio Oriente.

Aunque la Fed difícilmente se precipitará, los mercados estarán muy atentos y vulnerables a cualquier señal que revele presiones inflacionarias.

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