Pemex no está cumpliendo con sus metas de producción, que siempre fueron inalcanzables con ese desprecio que ha mostrado el régimen de López Obrador a los participantes del sector privado
La atención social estará concentrada durante, al menos, los siguientes seis meses en las dos candidatas, que lo serán, a la presidencia de la República.
Habrá dos hombres presentes en las campañas electorales, uno será aquel que designe el amigo Dante en su partido político para restar votos a la oposición en favor del oficialismo y el otro será el jefe de campaña de Morena, o sea, el presidente Andrés Manuel López Obrador.
En un país presidencialista, mucha menor atención recibirá el resto de los candidatos de los partidos para elegir 9,634 posiciones locales y los otros 628 cargos federales, por más que será determinante la composición del Congreso durante el siguiente sexenio.
Hay otro candidato. Uno que puede tener influencia negativa en el futuro económico del país. Es Pemex y su candidatura a generar una crisis que complique las finanzas públicas y de paso provoque que México pierda el grado de inversión.
Pemex es hoy un viable candidato para generar una crisis mayor al país, porque durante muchos sexenios se esquilmó a esa empresa pública y las políticas torpes del régimen actual, además de continuar con el abuso a la petrolera, la llevó en dirección contraria al sentido común.
Lejos de promover una reconfiguración de Pemex, en su tamaño y sus objetivos, de concentrarse en sanear sus finanzas y buscar rentabilidad del mercado petrolero a través de la apertura, este régimen pretendió revivir las glorias del monopolio estatal petrolero de los años 70 del siglo pasado y abrió las arcas públicas para tirar recursos en un pozo sin fondo.
Para el gobierno federal no hay problema, jura que la situación financiera de Pemex está bajo control, que su deuda de más de 105,000 millones de dólares no es un riesgo, que no hay vencimientos que no puedan ser afrontados con esos más de 800 millones de pesos diarios que se transfieren del erario a la empresa petrolera.
Con tal tamaño de deuda es evidente que Pemex le debe a muchos acreedores, no sólo fondos de inversión o tenedores institucionales, sino a sus proveedores que se ven amenazados con no poder seguir adelante con su trabajo si la petrolera mexicana no les paga.
Recientemente un grupo de empresas privadas, nacionales y extranjeras, que proveen servicios a Pemex advirtieron que si no empiezan ya a cobrar todas las facturas pendientes de pago por parte de Pemex se podrían interrumpir las actividades que llevan a cabo para la llamada empresa productiva del Estado.
Pemex no está cumpliendo con sus metas de producción, que siempre fueron inalcanzables con ese desprecio que ha mostrado el régimen de López Obrador a los participantes del sector privado.
Pero si se interrumpen los trabajos de exploración y extracción, y del resto de la cadena, por falta de pago a sus proveedores, será un círculo vicioso que sólo llevará a que el candidato a generar una crisis en el país gane rotundamente.
En los mercados financieros cada vez suenan más de la mano las palabras Pemex y default. Porque, por más transferencias que lleven a cabo las administraciones populistas durante los próximos años, las finanzas mexicanas también están entrando en un proceso de complicación que pueden limitar esas ayudas y entonces caer los dos.