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El nivel de pesimismo que han alcanzado los analistas que consulta el Banco de México tiene pocos antecedentes.

Hoy la animadversión es peor que en aquellos días de la gran recesión mundial y cuando en México nos azotaba la epidemia de influenza.

Además de los cálculos habituales expresados en números y porcentajes, siempre está esa interesante sección de la interpretación de sus propios cálculos y la asignación de un valor para medir, por ejemplo, el clima de negocios durante los próximos seis meses. Ahí 79% lo considera igual, contra 18% que cree que se mantendrá igual y sólo 3% que lo ve mejor.

Les preguntan si la economía mexicana está mejor hoy que hace un año. Ahí 94% coincide que hoy está peor y hay por ahí 6% que por alguna razón la ve mejor.

Y sobre la oportunidad de hacer en estos momentos inversiones, 65% que estima que no es buen momento, hay 35% de los que no lo tienen claro y no hay uno solo que crea que es buen momento de invertir.

La constante este sexenio han sido las revisiones a la baja de los pronósticos, pero esto que vemos ahora es el peor nivel del siglo.

Las peores calamidades que identifican vienen del exterior, pero los factores locales pesan cada día más.

Cuando les preguntan cuáles pueden ser los factores que pueden obstaculizar el crecimiento económico mexicano, la primera causa ha sido durante muchos años la debilidad del mercado externo y la economía global.

Ahí están también la incertidumbre financiera mundial y los precios del petróleo. Todo importado, todo fuera de nuestro control.

Pero de entre los 13 factores calificados en la encuesta pasada, ocho son asuntos meramente internos.

Algunos tan notables y de amplia preocupación como el nivel del tipo de cambio, pero otros tan ejemplares de la incapacidad del país y sus gobiernos como la inseguridad pública, la incertidumbre política interna o la política fiscal que se está implementando.

La inflación ha pintado una curva ascendente en las expectativas que no habíamos visto, aunque sigue dentro de los rangos que no merecen encender todavía un foco de alerta.

El crecimiento, como es ya tradición sexenal, sigue en picada en su estimación y el pronóstico del tipo de cambio que hacen estos expertos ya se convirtió en una mala broma, por lo desatinado de sus proyecciones.

Hay que destacar, en sentido contrario de tal carga pesimista, que las estimaciones que tienen que ver con la creación de empleos han mejorado para este año y se mantienen decorosas para el 2017, con todo y que la media esperada de crecimiento está ya por debajo de 2 por ciento.

Hay un pesimismo generalizado que no sólo se nota entre estos expertos en economía, que como sea tienen más elementos para documentar su pesimismo; sino que se extiende entre muchos agentes económicos que ven con preocupación el panorama.

Y el pesimismo se encarga de alimentar un círculo vicioso donde se crea un desánimo para invertir o consumir que acaba por auto cumplir la profecía de baja en el desarrollo económico. Un mal momento, pues.