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La nueva idea: “una especie de farmacia” que tenga todas, todas las medicinas del mundo.

Ya es un tema el uso de recursos públicos y de buena parte del tiempo del presidente Andrés Manuel López Obrador para surtir de propaganda las llamadas “Mañaneras”.

Pero es un problema adicional que de estos ejercicios de comunicación propagandística se desprendan políticas públicas que suelen no tener más sustento que la ocurrencia del momento de quien encabeza el monólogo.

Los ejemplos sobran y todos muy costosos. Los más dolorosos tienen que ver con la forma como millones de mexicanos se han quedado sin servicios médicos por decisiones que se han formalizado a partir de una declaración presidencial.

La frase que se le ocurrió a López Obrador a principios de su sexenio era que el Seguro Popular “no era ni seguro ni popular”. Esta joya de la propaganda fue el eje para acabar con ese modelo creado por Vicente Fox en el 2004 y que daba acceso a servicios médicos a los no derechohabientes de menores recursos.

En su lugar el Presidente acuñó, bajo el sello gubernamental del Bienestar, el Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi), cambiar la ley fue mero trámite para su régimen y el resultado fue un desfalco, un fracaso y dejar a millones en el desamparo médico.

López Obrador ha logrado algo con su carisma y la constancia del ejercicio propagandístico de cada mañana: que una parte de su clientela política mantenga su fe en él, sobre todo aquellos que reciben transferencias directas y que, muchas veces, con el dinero en la mano no relacionan la responsabilidad gubernamental de que hoy se enfermen y no cuenten ya con atención médica pública.

De acuerdo con datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) del 2022, los ingresos de los hogares más pobres de México se han incrementado con respecto al 2018 y de forma progresiva del decil más bajo en adelante, hasta llegar a una pérdida de ingresos en los deciles más altos, entre los “más ricos”. Esto por un efecto doble de las transferencias y el aumento al salario mínimo.

Pero, al mismo tiempo, el decil más pobre de la población ha tenido que casi duplicar los recursos destinados a la atención médica en ese mismo lapso de comparación entre el 2018 y el 2022.

Hace cinco años los más pobres destinaban 2.9% del ingreso trimestral del hogar a servicios de salud y el año pasado destinaban 4.2 por ciento. Y ni hablar del 2020, el año de la pandemia, ese cuando “nadie se quedó sin una cama de hospital”, que destinaron 5% de su ingreso.

Esto sucede porque los más pobres se quedaron sin Seguro Popular, porque fueron los más engañados con el Insabi y porque nomás no llega el servicio de salud mejor que el de Dinamarca.

Como referencia, los más ricos destinaron el año pasado 2.2% de sus ingresos trimestrales a la salud cuando en el 2018 destinaban 1.6 por ciento. También aumentó su gasto, pero en una proporción menor.

En esto cuenta que no haya instalaciones sanitarias y que no haya medicinas suficientes, contrario a la promesa presidencial y a poco más de un año de que acabe, como dice la Constitución, este sexenio.