Elecciones 2024
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En mi columna del martes pasado, por querer comentar el incremento en la cantidad de socios del Club de los presidenciables del 2018, me fui para atrás por los laberintos de la historia, hasta llegar a la forma que —según el gran historiador don Daniel Cosío Villegas— don Adolfo Ruiz Cortines nombró a su sucesor Adolfo (el joven) López Mateos. Ahora tengo la obligación de regresarme al tiempo actual donde inicie la narración, aunque para hacerlo tenga yo que redactar varias entregas. Van a estar interesantes.

A la manera de introducción, para luego proseguir de manera cronológica, quisiera recordar un detalle de audacia y picaresca política del señor Ruiz Cortines. Sabido es que el gobierno alemanista fue un sexenio de los amigos en el gobierno y de los negocios desde el gobierno. Pues bien, en la toma de posesión de don Adolfo, que en ese entonces sucedía en el Palacio de Bellas Artes, Ruiz Cortines envío un mensaje a la nación: prometió gobernar sin amiguismos y sin hacer negocios dentro del gobierno. Después, como se acostumbraba, el presidente entrante y el saliente viajaban a Palacio Nacional en el mismo automóvil. Al subir al vehículo, el licenciado Alemán no pudo reprimir decirle, entre dientes, al que ya era primer mandatario: “Don Adolfo, el discurso que dijo fue muy diferente al que me mandó en la tarde para supervisarlo”. El viejo e ingenioso zorro don Adolfo le contestó: “Es verdad, licenciado Alemán, pero en la tarde no era yo presidente de México”.

También el martes comenté que durante el proceso sucesorio de un Adolfo a otro, el genial caricaturista, publicista, escritor y pintor Abel Quezada inventó el concepto de Tapado para designar al que sería el elegido por el Gran Dedo y que nadie sabía su nombre.

El Tapado surgió como un concepto publicitario. El maestro Quezada tenía un modo único de hacer publicidad con sus dibujos. Todos los que ya no tienen pelo o tenemos poco recordamos los anuncios que Quezada creó para la brillantina Wildroot con su personaje principal y antagónico Pompeyo.

Desde finales de 1956 y pasada la mitad de 1957, el ambiente político se fue caldeando por la “calculada indecisión” del presidente Ruiz Cortines para nombrar sucesor. Todos los interesados en la política se morían por saber quién era el bueno. Pero don Adolfo gozaba con la angustia que crea la incertidumbre de no saber si mostrarle apoyo al hombre equivocado.

Esto lo aprovechó Abel para en una campaña publicitaria encargada por la agencia Camacho y Orvañanos SA —en la que tuve el gusto de trabajar pocos años después— para los Cigarros Elegantes. El dibujante aprovechó el tema del momento y, según nos narra don Alfonso Morales en el prólogo del libro El Tapado, los mejores cartones de Abel Quezada, editado por Planeta, “por los caminos de la publicidad y el periodismo emprendió Quezada el choteo de ese choteo donde un gran elector interpretaba, por anticipado, la voluntad de sus gobernados (…) La campaña de publicidad le dio magnífico pretexto al caricaturista para fundar el partido tapadista y promover una auscultación paralela a la que entre la clase política hacían el presidente y su partido, el cual le permitía a los consumidores de los cigarros Elegantes hacer de las cajetillas vacías los sufragios de una encuesta sin riesgos ni consecuencias: ‘¿Quién le gusta pa’l tapado?’ era la pregunta, y la respuesta se mandaba al apartado postal 395 de la ciudad de México”

La campaña “El tapado fuma Elegantes (…) estuvo en los medios impresos de agosto a noviembre de 1957. Esta curiosa manera de combinar anuncios comerciales con caricaturas políticas se hizo eco de los bisbiseos callejeros y del lema de los sectores que, para no errarle, no se comprometían con nadie: ‘Todos somos tapadistas. Que viva el que nos pongan’”.

Según lo narrado, Adolfo López Mateos fue el primer tapado. Gobernó de 1958 a 1964. Cuando tuvo que destapar a su sucesor ya estaba bastante enfermo de un aneurisma. Humberto Romero, el secretario particular de toda la confianza de ALM, como él mismo lo reconoce en su libro Los dos Adolfos, cometió el error de apodar Tribilín a Gustavo Díaz Ordaz, uno de los mejores amigos de su jefe. Romero cuenta en su libro: “Cuando ya estábamos ante la sucesión López Mateos, el hombre que tenía una sonrisa siempre, me dijo: He decidido que Gustavito sea mi sucesor. Lástima que usted se haya bronqueado con él. No tengo otro.

-Sí tiene.

-Mire, Humberto, su íntimo cuate Barros Sierra (Javier) es un párvulo en política. El secretario de Agricultura anda metido en Anderson Clayton. Su compadre Benito (Coquet), quizá el mejor de todos, es hijo de francés y Donato (Miranda Fonseca) no ha podido perdonar ni a los que le ganaron a las canicas.

-Sí tiene otro, el licenciado Ortiz Mena.

-¿El Planchadito? Se lo imagina usted ante veinte campesinos. Además ya tomé la decisión, preciso López Mateos.

-Señor presidente, el único responsable ante la historia es usted.

Yo sigo preguntándome —reflexiona Humberto Romero— por qué decidió en ese sentido. Años después López Mateos me dijo, casi llorando:

-Qué le he hecho a Gustavito para que me traté así.

-Señor, lo hizo usted presidente”.