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La enfermedad holandesa es un fenómeno que ocurre cuando un país recibe una cantidad masiva de recursos económicos del extranjero, detonando una fuerte apreciación de su moneda y provocando una pérdida de competitividad a las exportaciones y un encarecimiento del valor en dólares de los bienes y servicios comerciados en el mercado local.

El caso típico es cuando esta entrada masiva de recursos se da como consecuencia del descubrimiento de algún recurso natural abundante que es altamente demandado a nivel internacional pero también puede ser resultado de un ingreso masivo de Inversión Extranjera Directa o un incremento muy importante en el precio de alguna materia prima de exportación con un peso fuerte en la economía.

Uno de los casos más emblemáticos de este problema se suscitó precisamente en Holanda durante los años 60 cuando el descubrimiento de enormes depósitos de gas en el mar del Norte provocó una entrada masiva de divisas, que resultó en una fuerte apreciación del florín holandés, que a su vez provocó una disminución en la competitividad de las exportaciones holandesas de bienes no petroleros y terminó por provocar una crisis de cuenta corriente. Este fenómeno también se hizo presente en México en los años 70, cuando el fuerte aumento en los precios del petróleo se conjuntó con el descubrimiento de yacimientos importantes de crudo en nuestro país, provocando una entrada masiva de divisas que al final del día contribuyó, junto con una serie de políticas fiscales dispendiosas e irresponsables, a una crisis económica de proporciones históricas.

Más recientemente, aunque de manera más tenue, estos síntomas se han presentado en países como Colombia y Brasil. En el caso de Colombia, la entrada masiva de Inversión Extranjera Directa está relacionada con el desarrollo del sector minero y energético y la apreciación de la moneda ha impactado de manera negativa a las exportaciones manufactureras.

A simple vista, México pareciera ser nuevamente un candidato a contraer la Enfermedad Holandesa. La reforma energética recientemente aprobada representa un cambio estructural transformacional que debería de traducirse en un incremento considerable en la inversión extranjera directa hacia nuestro país. En teoría, este incremento en la demanda de nuestra divisa podría provocar una apreciación significativa del peso mexicano, restándole competitividad a las exportaciones manufactureras que hoy en día son el principal motor de crecimiento de nuestro país.

Sin embargo, en la realidad México es mucho menos vulnerable a sufrir los síntomas de esta enfermedad. Por un lado, la economía mexicana es mucho más grande y diversificada que las de Holanda y Colombia en el momento en que sufrieron los síntomas. Por otro lado, el mercado cambiario del peso mexicano es uno de los 15 mercados de divisas más profundos y activos a nivel mundial. De acuerdo con datos de Banxico, el valor mensual de las operaciones de compra y venta de pesos y moneda extranjera con liquidación directa en México oscila entre 500 mil y 600 mil millones de dólares.

Adicionalmente, México es una economía con una política fiscal prudente donde hay bastante movilidad en términos de mercados de capitales y mercados laborales —gracias al sector informal y la migración hacia Estados Unidos hay que decirlo— en comparación con algunos países que han sido víctimas de los síntomas de la enfermedad holandesa.

En conclusión, aunque América Latina ha sufrido sistemáticamente de casos de este fenómeno, México ha aprendido de las lecciones propias y ajenas, y hoy en día está mucho mejor preparado para no sufrir los síntomas.