Aquel relato empezaba el 28 de octubre del 2005. Salvador Ordóñez, Lucio Rendón y Jesús Vidaña, contaba la prensa en esos días, dijeron haber salido del puerto de San Blas, en Nayarit, en una lancha a pescar tiburones, junto con otros dos hombres a los que habían conocido un día antes
Aquel relato empezaba el 28 de octubre del 2005. Salvador Ordóñez, Lucio Rendón y Jesús Vidaña, contaba la prensa en esos días, dijeron haber salido del puerto de San Blas, en Nayarit, en una lancha a pescar tiburones, junto con otros dos hombres a los que habían conocido un día antes.
Lo fantástico de la historia que relataron es que el 9 de agosto del 2006 fueron rescatados sanos y salvos por un barco atunero taiwanés muy cerca de Australia, a más de 8,000 kilómetros de distancia de su punto de partida.
Miles de versiones se tejieron en aquel momento en torno a la increíble historia de los tres pescadores náufragos que reportaban haber sobrevivido nueve meses en altamar comiendo pescado, patos y gaviotas en un barco de apenas 8 metros de eslora.
La incredulidad fue la principal divisa de ese episodio marino y la conclusión fue que una casa productora estadounidense pagó 3.8 millones de dólares a los tres pescadores mexicanos para poseer en exclusiva los derechos de su historia con fines de explotación cinematográfica del hecho.
La irrupción esta semana del marinero australiano náufrago, Timothy Lindsey Shaddock, trajo muchas cosas a la conversación pública. La primera, sin duda, un respiro con una historia de final feliz que rompió la dinámica de encono político y extrema violencia en los que vivimos.
La historia de Tim Shaddock partía de un creíble naufragio de tres meses, incluía imágenes de buena calidad y buen audio del momento mismo de su rescate a la mitad del mar, la presencia de Bella, una perrita mexicana que le acompañaba, un elemento que un storyteller recomendaría incluir, y a los héroes mexicanos de un barco atunero que lograron la hazaña del rescate por la gracia de contar con alta tecnología y la suerte de estar en el lugar y en el momento correctos.
El relato voló muy bien en los medios de comunicación, con la ayuda de una agencia de relaciones públicas que se encargó de divulgar el material y dar acceso a entrevistas. Y lo que vimos en las pantallas fue a un demacrado pero sonriente náufrago descender del barco pesquero del Grupomar.
Al pie de la escalera el dueño de la empresa, Antonio Suárez Gutiérrez, quien abrazó con entusiasmo a Tim, quien portaba una gorra de “Tuny” la marca estrella de esta empresa, flanqueado por la tripulación del barco, ataviados con impecables playeras con el logo de esa marca.
Todo contacto visual con el australiano ha sido acompañado con logotipos de la marca, que seguramente Tim usa con orgullo y mucho agradecimiento con aquellos que le dieron una segunda oportunidad de vida.
Esta noticia va a ser recordada durante mucho tiempo, no sólo por la increíble buena fortuna de un náufrago australiano y su perrita Bella que tuvieron la suerte de sobrevivir a la tormenta y ser rescatados por pescadores mexicanos.
También este relato va a trascender a las escuelas de negocios como el ejemplo perfecto de cómo una empresa como Grupomar, que goza ya de buena fama y larga historia, puede tener un beneficio incuantificable para su imagen con la conducción de la narrativa del rescate de un náufrago en altamar.