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En las situaciones críticas graves se anda prácticamente sobre el filo de la navaja, cuando se debe ventilar información públicamente.

Se va sobre una cuerda floja donde el equilibrio está entre mantener sigilo sobre muchas de las circunstancias alrededor del acontecimiento crítico o verse en la necesidad de proporcionar públicamente datos, con el riesgo de que no sean entendidos, se mal interpreten o –peor aún- se distorsionen o saquen de contexto.

La disyuntiva es cerrazón contra transparencia. Y muchas empresas e instituciones caen en cerrarse a veces para tratar de no verse afectados o –como dirían los abogados- para no dar más información que se revierta jurídicamente durante el proceso.

La reflexión viene a cuento porque la semana pasada el Comisionado Nacional de Seguridad, Monte Alejandro Rubido, concedió una extensa y emotiva entrevista a Adela Micha sobre la fuga de Joaquín Guzmán Loera, alias “El Chapo”, que para muchos vino a reconfirmar que nada pudo haber pasado en ese escape sin la necesaria complicidad de muchas personas ligadas a la seguridad y vigilancia del líder del Cártel de Sinaloa. Traidores los llamó el Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong.

El comisionado Rubido dijo que no quería hacer una apología de la manera en que se había urdido todo el plan de fuga, sobre todo con los detalles relacionados con la construcción, pero dio cuenta de pormenores y aún abrió espacio a especulaciones, a pesar de que está en curso una averiguación previa.

Recuerdo siempre al conductor de un vehículo que me trasladó hacia el aeropuerto de Tuxtla Gutiérrez, quien al saber mi especialidad sobre la capacitación de voceros y el manejo de crisis dijo sonriente: “¡Ah, entonces usted enseña cómo no decir más de lo que se debe! Y remató: ·”es que el que se explica, se complica”.

Dos cosas al respecto. No se trata de enseñar a no decir de más, sino lo que se debe informar a la luz de los contextos. Pero cierto, con mucha razón para el conductor, en la medida que se argumenta de más o se entra en demasiados detalles, se corre el riesgo de proporcionar mayores elementos innecesarios que pueden ensombrecer lo importante. O peor, como se afirma entre abogados: “a explicación no pedida, culpabilidad manifiesta”.

De toda la entrevista del Comisionado Rubido surgen varias conclusiones. La primera es la debilidad del sistema penitenciario en cuanto a la posibilidad de que quienes tienen el deber de vigilar se corrompen; segundo –como documentó el periódico Milenio- que el castigo o separación de quienes han sido señalado de actos corruptos sólo es mediático porque en los hechos siguen desempeñando funciones, como el funcionario acusado de pedir dinero a proveedores y que pese a esas imputaciones era uno de los poseedores de los planos de la prisión de El Altiplano; tercero, que existe un relajamiento -por omisión o a propósito- de los sistemas para garantizar que realmente se está sometiendo a castigo a los reos.

Y cuarto, que hay una subestimación grave de los potenciales riesgos que puede haber en una prisión o en cualquier esfera del hacer gubernamental.

No es propia de gobierno esa subestimación de riesgos sino de muchas empresas, sobre todo las de grandes dimensiones. Se desestiman los riesgos de una manera brutal.

“Nunca va a pasar” o “es difícil que ocurra”, es una de las expresiones comunes de directivos de instituciones públicas u organismos privados. Se subestima la posibilidad de que algo crítico suceda.

Por ejemplo, la posibilidad de que “El Chapo” se fugara era baja pero se olvidó lo más importante: es el Rey de los Túneles, como se ha documentado en los casos de construcción de pasadizos en la frontera entre Estados Unidos y México, y de manera reciente en la fuga de uno de sus operadores financieros y dos sicarios de una prisión en Sinaloa. Peor aún, el poder financiero y operativo de Guzmán Loera.

“Era imprevisible”, dijo en un par de ocasiones el Comisionado Monte Alejandro Rubido.

Una de los grandes errores que se comete tanto en el sector público como en el privado es que se evitan o no realizan ejercicios que analicen los peores escenarios porque los consideran inútiles, complejos o una pérdida de tiempo.

En los análisis de riesgos –que no son cosa de un par de horas- siempre se revisan las probabilidades de que ocurra un hecho crítico, su impacto, la existencia real de medidas de mitigación y los contextos o sensibilidades para determinar la vulnerabilidad o el llamado riesgo residual. Pero esto poco gusta realizar a quienes tienen a su cargo la toma de decisiones.

Claro, es un terreno estrictamente metodológico con ganas de que las cosas funcionen bien.

Decir que era imprevisible es delicado, sobre todo tratándose de un reo peligroso y de alta astucia.

La entrevista con Adela Micha confirma también que hay muchas cosas en gobierno –no necesariamente el caso de El Chapo- en que los manejos de crisis terminan siendo sólo control de daño. No es sólo una crisis mediática en sus dos vertientes: la de medios tradicionales y los espacios digitales cibernéticos.

Se vulneraron muchos espacios, en especial el de la inteligencia relacionada con la captación y análisis de información clave, vital para la anticipación de riesgos potenciales.

Es una crisis de sistema y, sobre todo, del grave lastre de la corrupción o la intimidación a la que somete la delincuencia organizada.

Las secuelas de la huida de El Chapo no es un tema simple, de medidas efectistas. Implica actuar contra quienes permitieron se debilitara el sistema, pero demanda hacer –hacia adelante- un ejercicio de anticipación a fondo para evitar los “imprevisibles”.

Y si Guzmán Loera regresa pronto a prisión y es extraditado a la Unión Americana, ya será ganancia.

PostScriptum.- Jornada violenta la de los últimos días en varias entidades del país. Guerrero, Michoacán, Durango. Focos de tensión. ¿Y dónde está el piloto en Guerrero?