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El discurso oficial, que raya en lo imaginario, habla de un crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) de 4% cada año. La realidad indica que no habrá una expansión más allá de 1.2% en este 2019.

Pero entre aquellos pocos funcionarios que sí le entienden a las cuestiones económico-financieras, parece que quieren dejar el mensaje que la economía mexicana está preparada para un cataclismo económico que puede llegar hasta un derrumbe de 5% del PIB, sin que haya muchas afectaciones a las finanzas públicas.

Lo que Arturo Herrera, subsecretario de Hacienda, quiso decir es que hay un blindaje financiero lo suficientemente sólido como para resistir un repentino cambio en el ánimo de los mercados respecto a México.

A los economistas neoliberales les encantan las analogías para poder explicar temas que suelen ser complicados. Ahí está el catarrito de Agustín Carstens como el ejemplo mejor acabado. Pero eso del chaleco antibalas que usa Herrera para ejemplificar las defensas financieras con las que cuenta el país es muy desafortunado.

De entrada, la violencia extendida que padece el país nos hace añorar un chaleco antibalas de verdad a la mayoría de los ciudadanos.

Pero también el subsecretario parecería dejar la idea que ese blindaje que presume es contra una contracción económica y eso es falso. Las reservas internacionales, el préstamo contingente del Fondo Monetario Internacional y los fondos de estabilización no se activan, afortunadamente, para inyectar recursos a la economía en caso de recesión.

Su objetivo es contener ataques especulativos, corridas financieras, o situaciones de pánico en los mercados financieros.

El punto es que escuchar a uno de los pocos funcionarios que le entienden a las finanzas en todo el gobierno federal decir que hay dinero para enfrentar la peor crisis suena preocupante.

Y también es de preocuparse que pudiera el gobierno federal pensar que, ante una caída en el ritmo económico, pueden aplicar una política anticíclica que reanime la economía sólo a través de inyectar recursos públicos para provocar un crecimiento que sería artificial y hasta inflacionario.

La mejor política anticíclica que puede seguir el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador es la de dejar de minar la confianza de los agentes económicos.

Puede más el respeto a las inversiones y el abono a la confianza empresarial que usar los fondos de estabilidad para provocar un crecimiento artificial con el gasto público.

Es justamente la desconfianza la que ha movido a las firmas calificadoras a revisar a la baja las notas crediticias o las perspectivas de la deuda soberana y de Pemex. El gobierno es impredecible, dicen sus analistas.

Los grandes empresarios no se van a negar a la foto con el presidente para anunciar compromisos de inversión, pero si no hay las condiciones de certeza jurídica y estabilidad, tampoco están obligados a lo imposible.

En fin, siempre será bueno tener presente que durante muchas décadas, desde mediados de los años noventa del siglo pasado, en México se ha trabajado para engrosar el blindaje financiero.

Hasta hoy, salvo contados casos en los que se ha recurrido a las reservas internacionales para estabilizar el mercado cambiario, el país no ha tenido que usar ese escudo protector.

Ojalá que ese blindaje del que ahora habla el subsecretario de Hacienda se mantenga como los seguros de vida, que es bueno tenerlos, pero por supuesto no usarlos.

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