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Si algo le podría convenir al peso mexicano es perder un poco de popularidad en los mercados financieros en lo que la economía de este país puede mejorar su suerte.

Las expectativas habían sido altas, los resultados han sido pobres y en medio de una turbulencia mundial hay capitales muy quisquillosos del lugar donde depositan su confianza.

La manera en que la agencia Bloomberg resumió a principios del mes pasado la condición de la moneda mexicana parece más que contundente. Decía esta agencia en un despacho que no se replicó en nuestro país que “el tan amado peso mexicano no hace otra cosa que decepcionar”.

Y así es. No hay que buscar a los perversos especuladores que estén buscando la manera de saquearnos, porque el peor enemigo de nuestra moneda es la historia que mal contamos de nuestro éxito económico.

Las finanzas públicas no están en su mejor momento, sobre todo después de la baja en los ingresos petroleros. Sin embargo, no hay hasta ahora ningún foco amarillo sobre la salud financiera del país desde los observatorios internacionales.

Donde sí hay una gran objeción es en la enorme diferencia que existe entre las promesas de un crecimiento sostenido, ordenado y elevado del PIB derivado de las reformas estructurales y la realidad de revisiones constantes a la baja en las estimaciones y hasta el ambiente de inestabilidad social que se percibe en diferentes brotes.

Es verdad que el origen de la turbulencia está en la normalización de la política monetaria de Estados Unidos, que está en su fase de reinicio del aumento de las tasas de interés en cualquier momento de este año.

No fue poca cosa lo que hizo la Reserva Federal para reactivar la economía con sus planes monetarios híper laxos. Regresar a una política neutral siempre se supo que tendría consecuencias.

Las monedas del mundo han sufrido depreciaciones frente al dólar porque el costo de oportunidad apunta a un vuelo a la calidad y seguridad de la economía más grande del mundo. Pero en medio del vuelo de la parvada hay mercados emergentes que se deben abandonar primero que otros. Ahí México era presentado como la tierra prometida. Esto no ha sucedido.

Cuando los capitales vuelan de mercados como el ruso o el brasileño, sus cuidadores rápidamente sacan la bolsa de caramelos y recetan tasas de interés más altas para atraer a las golondrinas. Brasil tiene un premio de 13.25% y Rusia despacha 14% a los que quieran sus rublos.

México enseña los dientes y deja ver el músculo de sus cerca de 200,000 millones de dólares en reservas, pero ni hablar de aumentar el premio que pueda detener un poco el sangrado cambiario. Porque si sube las tasas, peores resultados se obtendrían y peor también la cara que se presenta al exterior después de tanta promesa del gobierno federal.

Si desde alguna tesorería o firma financiera quisieran aprovechar la coyuntura para correr contra el peso, no estarían haciendo otra cosa que aprovecharse de la coyuntura. Ahí lo que sigue es definir si los dólares que suelta a cuentagotas la Comisión de Cambios ayudan a la estabilidad o es como sangre en el agua para los tiburones.

Porque lo que es un hecho es que el desempeño económico no ayuda nada para vender a este país como una buena opción para invertir.