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En las últimas semanas, Luis Videgaray, secretario de Hacienda, se ha reunido con diferentes organizaciones empresariales y financieras. El objetivo es pedirles ideas específicas sobre cómo mejorar su competitividad, pero siempre con una premisa: de una reforma fiscal, ni hablar.

El paquete fiscal que acompañó a las reformas en materia de energía y telecomunicaciones no buscó nunca ser promotora de la Inversión Privada, sino recaudatoria para impulsar el gasto público.

Al final, con la crisis petrolera terminó por ser la tabla de salvamento de las finanzas públicas, sin cumplir su propósito de hacer del gasto público un promotor del crecimiento, pero sí frenando las posibilidades de los contribuyentes cautivos.

Hay que decirlo como es: a pesar de los efectos perniciosos del paquetazo fiscal en el bolsillo de empresas y familias, realmente marcó la diferencia ante el derrumbe de los precios y la producción de petróleo.

Sin embargo, aunque el gobierno federal haya propuesto, redactado y firmado unilateralmente un pacto de no más modificaciones fiscales, nadie le puede quitar al sector privado su derecho de pataleo.

Por eso, qué bueno que con el gobierno federal se exploren otras tantas necesidades pendientes como el respeto al Estado de Derecho, la disminución de la tramitología que fomenta la corrupción y otras medidas que lastran el crecimiento. Pero al mismo tiempo qué bien que los sectores más dolidos con la espada fiscal hagan sus intentos con el Congreso.

Por eso, a partir del lunes la estrategia del sector privado pasa de la veda electoral a la estrategia fiscal con los que queden en la Cámara de Diputados.

Entre el cierre de las casillas el domingo y la conformación de la siguiente Legislatura hay un largo tramo que recorrer, que seguramente pasará por la protesta poselectoral y el Poder Judicial.

En lo que los legisladores están listos iniciará el cabildeo fiscal con la opinión pública, que es un paso fundamental para ganar adeptos para su causa frente al Congreso.

Y tan pronto como haya una toma de protesta, los cabilderos del sector privado iniciarán la peregrinación a San Lázaro para ver qué pueden sacar en la miscelánea fiscal del próximo año.

Evidentemente están descartados los grandes temas de homologar el IVA o implementar un flat tax o cualquier otro sueño empresarial, pero al menos podrían obtener alguna flexibilización para las reinversiones o las deducciones.

Y como los empresarios son los primeros defensores de las finanzas públicas sanas, también mandarán a sus negociadores con una lista de propuestas para recortar el gasto y con ello hacer espacio para los incentivos fiscales.

Lo que le toca a los legisladores entrantes es cuidar la salud financiera del país para que no se exponga el riesgo país en estos momentos tan complicados en el mundo.

Evidentemente que cualquier modificación fiscal tiene que pasar por el Senado y ahí tienen un colmillo largo y retorcido, pero la generación de expectativas puede pesar en medio de un ambiente que ya está de hecho descompuesto.

Así que ahora que afortunadamente está a punto de quedar atrás el proceso electoral, lo que sigue es que todos aquellos que tanto nos han bombardeado con millones de impactos de propaganda se pongan a trabajar.