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La renuncia del primer ministro de Japón, Shinzo Abe, hace apenas un mes, pone fin a la presidencia más larga en la historia de ese país. Shinzo Abe tomó el cargo a finales del 2012 y recibió una economía sumida en una trampa de crecimiento por más de dos décadas.

El periodo de estancamiento y múltiples recesiones comenzó en 1990, después de un periodo de gran prosperidad, artificialmente alimentado por un incremento desmedido en los niveles de apalancamiento del sector privado y la creación de una gran burbuja especulativa en el sector inmobiliario que al reventar devastó al sector financiero y al resto de la economía.

Sin embargo, el gobierno japonés no identificó esta recesión como una originada por la insolvencia de las empresas y los hogares donde los pasivos simplemente valían más que los activos.

El Banco Central de Japón (BoJ) subió las tasas de interés para controlar la burbuja, exacerbando la crisis de solvencia y obligando al gobierno japonés a efectuar un rescate del sistema bancario. Esta situación provocó una fuerte carga en las finanzas públicas que pasaron de un superávit público de 2.4% en 1989 a un déficit de 10% en 1998.

Aunque el BoJ redujo las tasas de interés a cero en un intento para reactivar el crédito y el consumo, los patrones de consumo e inversión del sector privado habían cambiado de tal manera que la medida fue inefectiva.

Al tomar posesión, Abe sabía que debía cambiar la receta para poder sacar a Japón de esta trampa de crecimiento. Abe implementó un ambicioso plan de estímulos y combate a la deflación. Una de las principales iniciativas impulsadas por Abe fue el nombramiento de Haruhijo Kuroda al frente del BoJ a quien encomendó la responsabilidad de dar un giro en la política monetaria hacia la heterodoxía.

El BoJ implementó tasas de interés negativas e inyectó miles de millones de yenes a la economía mediante la impresión de circulante destinado a la recompra de bonos soberanos, fondos indizados al mercado accionario japonés y fondos de bienes raíces.

Adicionalmente, el gobierno de Abe implementó una serie de importantes estímulos fiscales enfocados en proyectos de infraestructura y programas sociales. Abe también implementó reformas estructurales y eliminó barreras al comercio internacional.

Estas reformas se tradujeron en un incremento en la tasa de participación de la fuerza laboral y un considerable aumento en la productividad. El objetivo de Abe era claro, combatir la deflación y estimular el crecimiento a toda costa, reduciendo el valor real de la deuda pública a través de una mayor inflación, buscando revertir la trayectoria del déficit público como porcentaje del PIB.

La política económica de Abe, conocida como Abenomics, fue un parteaguas en la filosofía económica japonesa mediante el cual se logró una desjaponización de la política económica, asemejándola más a lo que hicieron otras economías desarrolladas en momentos críticos.

Previo a la llegada de la pandemia, Abenomics había sido un éxito rotundo en el combate a la constante amenaza de deflación. Asimismo, el mercado accionario japonés más que duplicó su valor después de años de estancamiento.

Aunque los resultados en términos de crecimiento han sido mixtos, Abe logró sacar a Japón de su trampa de crecimiento. El sucesor de Abe, Yoshihide Suga, fue su jefe de gabinete durante los últimos ocho años y tiene un profundo conocimiento de Abenomics.

Japón aún enfrenta retos importantes para lograr un crecimiento más consistente pero la llegada de Suga es una apuesta a la continuidad y por un gobierno dispuesto a actuar de manera decisiva para enfrentar la crisis económica generada por la pandemia.