Los guardianes de la 4T tendrán que hacer matices para atraer a los decepcionados y los opositores tendrán que ser más sensibles con el discurso de inclusión social
El primero que confirma que se derrumbó el mito de que la autollamada Cuarta Transformación es invencible es su propio líder, el presidente Andrés Manuel López Obrador.
No la vio venir, aunque diga lo contrario. Por eso, desde que la figura de Xóchitl Gálvez irrumpió en el escenario de su propio proceso sucesorio, López Obrador no ha dejado de hablar un día sí y otro también de ella.
Y es que en pocos días se rompió el monopolio de la competencia electoral interna de Morena que se presentaba como la verdadera elección presidencial, con una escala burocrática en las urnas el 2 de junio, sólo para cubrir el expediente.
La oposición logró colarse en la agenda pública con su propio proceso de selección de candidato, puede gozar de la misma vista gorda que las autoridades electorales le regalaron a Morena y Xóchitl Gálvez borró a las corcholatas y dominó la información.
Faltan más de 10 meses para las elecciones federales del 2 de junio del 2024, son muchos días, pero tampoco es tanto tiempo y más allá de la construcción de las opciones que tendremos como ciudadanos en las diferentes boletas electorales, lo que ya hoy ganó la sociedad mexicana es el final de la inevitabilidad del triunfo de Morena.
Ya vimos al partido en el poder en el Estado de México que, por temor, impericia o cooptación, fue incapaz de romper con el discurso de que la distancia en las encuestas entre Delfina Gómez y Alejandra del Moral era tan importante que no tenía caso ni siquiera intentarlo. El resultado más lamentable fue una participación de los electores de apenas 49% del padrón.
Romper con la sensación de inevitabilidad abre la competencia, y más allá del resultado, obliga a los grupos que se disputen el poder a tener que escuchar a aquellos que no consideraban tomar en cuenta, porque no los necesitaban.
Los guardianes de la 4T tendrán que hacer matices para atraer a los decepcionados y los opositores tendrán que ser más sensibles con el discurso de inclusión social.
Son más de 300 días los que faltan para que se cumpla lo que manda la Constitución y los ciudadanos vayamos a las urnas a elegir a un nuevo titular del poder Ejecutivo, una nueva composición de las cámaras de diputados y senadores, y una larga lista de autoridades locales.
Lo que esta semana dejó en el grupo en el poder es que ya no hay la garantía de que algún favorito o favorita va a estar en la boleta electoral. Porque hoy hay la percepción de que nadie tiene garantizado el triunfo electoral.
Esa sensación de que este país tiene la oportunidad de conservar una competencia electoral abierta, aun con todo el poder del Estado volcado hacia una opción oficial, renueva el interés de muchas personas en no dejar de luchar por un país de instituciones.
En una semana no han cambiado nada las expectativas económicas o sociales del país. El régimen de López Obrador mantiene todo el poder y sus estrategias habituales gozan de cabal salud. Hasta ahora.
Lo que sí cambió, en tan sólo una semana, es ese rompimiento de una sensación de inevitabilidad del resultado electoral del 2024.