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El equipo de transición al TLCAN - nafta-reutersjpg-578925998
Foto de Reuters

Los tiempos políticos son los nuevos rectores de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Si no queda mañana el acuerdo en principio, ya le tocará a una previsible mayoría demócrata evaluar un asunto del libre comercio que claramente detestan.

Y en México, si no se concluye la reconfiguración del tratado que mantenemos con Estados Unidos y Canadá antes del 1 de julio, habrá que incorporar a la mesa a los que ganen las elecciones presidenciales.

Así que el TLCAN sí tiene fechas límites si no quiere encontrar en el camino nuevos opositores, algunos que podrían ser verdaderamente radicales en contra del libre comercio entre los tres socios norteamericanos.

Al final, en aquella discusión al interior del primer equipo del presidente Enrique Peña Nieto entre tener un acuerdo posible sobre uno deseable, ganó la visión de tener un TLCAN de calidad. Un acuerdo en el que no se tuviera que ceder en extremo a las demandas alevosas de Donald Trump.

Si se logra concretar el acuerdo, veremos muchos de los caprichos automotrices del gobierno de Trump, incluidos los porcentajes más altos en la regla de origen y quizá hasta presiones en materia laboral.

Pero lo que México y Canadá insisten en no dejar pasar en un eventual pacto final son aquellas exigencias de Donald Trump que pretenden poner fecha de caducidad al TLCAN y remover los mecanismos autónomos de solución de controversias.

En el momento en que la delegación de la Casa Blanca quiso utilizar la presión del tiempo para mantener inamovible su postura, mexicanos y canadienses recibieron la señal para levantarse de la mesa de negociación el viernes pasado, cancelar sus reservaciones de hotel y hasta la mesa para la cena de esa noche y entonces se regresarán a sus países.

Desde entonces hasta ahora hay una permanente negociación técnica en todo lo demás. Pero hay un impasse en la conclusión del acuerdo en principio por estos puntos torales de desencuentro.

El secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, me dijo que México no tiene plazos fatales pero que evidentemente si llega la elección del 1 de julio con la mesa de renegociación activa tendrán que incorporar a las personas que el próximo gobierno designe para el tema en ese periodo de transición.

No hay un destino manifiesto, hay una elección en puerta de la que nadie conoce el resultado. Pero está claro que la alternativa populista de López Obrador se opone al libre comercio. La mejor evidencia es su adelanto, dicho de viva voz, que va a dejar de importar alimentos y energéticos.

Una mayoría demócrata en Estados Unidos querrá meter mano en algunos temas para dar su aval a la ratificación del TLCAN. Por ejemplo, mejoras salariales reales entre los obreros mexicanos que intervengan en la cadena exportadora. Pero podrían dejarlo pasar, no hay duda.

Pero si la negociación se cruza con un cambio radical en la política mexicana parece un hecho que habría un choque de trenes entre los gobiernos de México y Estados Unidos que acabarían por descarrilar, no sólo la renegociación de una nueva versión del TLCAN, sino incluso el acuerdo que hasta hoy se mantiene vigente.

Entonces, sí hay plazos fatales.

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