Elecciones 2024
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Si los gobernantes quieren saber realmente de dónde viene el rechazo o la aceptación que reciben de los ciudadanos, quizá les sea útil hacer cada semana por sí mismos un trámite o un viaje en transporte público, como los ciudadanos de a pie.

En las pequeñas cosas descubrirán probablemente quizá por qué no funcionan las grandes. O por qué no pueden convencer con las grandes.

México ha tenido en estos cuatro años un ciclo de grandes reformas y su gobierno es el más impopular de la historia reciente.

Acaso porque las reformas, como sabe hoy Macron en Francia, desafían lo existente en grados irritantes, y la sociedad real, bien prendida a sus hábitos y a sus intereses, se vuelve contra el reformador.

Las grandes reformas o los grandes propósitos asumidos por gobiernos ineficaces pueden empeorar notoriamente las pequeñas grandes cosas de la vida pública, hasta volver a los gobiernos insoportables.

Piénsese en el lugar de inseguridad y violencia a que nos ha llevado la gran decisión radical de sangre y fuego al narcotráfico.

Un gobierno eficaz con un mal proyecto de reformas puede ser mejor gobierno y más deseable que un gobierno ineficaz con el proyecto adecuado.

El reformador, dice en algún pasaje Turguénev, debe levantar la mirada por encima del horizonte de sus contemporáneos, pero mantener los pies puestos en el mismo piso que ellos.

Es justamente célebre el pasaje de Maquiavelo sobre el profeta desarmado: quien quiera cambiar un orden político encontrará que tiene en contra los intereses que quiere cambiar y la adhesión tibia de los intereses que su reforma creará.

El profeta armado puede cumplir su propósito de cambiar el orden, porque puede imponerlo. El profeta desarmado acaba quemado en la plaza pública, como Savonarola, o perseguido implacablemente y ejecutado en la derrota, como Trotski.

El acento terminal de estos ejemplos parece impertinente para órdenes políticos fundados en la democracia y en la gradualidad de los cambios inherentes a ella.

Pero su dimensión extrema habla con elocuencia de la dificultad de cambiar que tienen las sociedades y los gobiernos pese a que la esencia misma de su curso sea el cambio.

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