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El martes pasado expliqué a los lectores que mis intenciones al iniciar la columna eran la de hacer un comentario, una interpretación personal, del libro escrito por Jonathan Swift (1667-1745) que lleva el mismo título que el encabezado de lo que usted lee. Aclaré que para poder tener una visión más amplia de este autor irlandés, releí su genial narración de humor negro: “Una modesta proposición”. Cercano, como estaba, el Día del Niño, opté por hacer la glosa de la precitada obra maestra; dejando las mentiras políticas para mejor ocasión (hoy).

Así pues, deliberadamente, el martes hice un cambio de pista de aterrizaje para mi colaboración. Aunque ya tenía casi 40% de ésta construido, me sentí conservador, neoliberal y fifí por pasar por alto la celebración dedicada a los niños. Preferí ignorar lo edificado y, en aras de la 4T, opté por aterrizar un texto nuevo en un escenario donde encontré una elevación de la tierra, lo primero que vino a mi mente es que el monte era lo que en el beisbol se llama ‘la loma de las responsabilidades’, es decir el sitio desde donde el pitcher lanza la pelota; al aproximarme percibí que era un cerro –¡Dios mío, un cerro en plena pista de aterrizaje!, dije para mí-; alguien muy cercano al gobierno actual trató de convencerme de que la prominencia era la primera piedra de lo que, según su argumento, será un gran aeropuerto. La verdad es que el relieve en la pista, donde, finalmente, aterricé mi escrito; el montículo que se atravesó en el descenso de mi artículo no era otra cosa que el propio Swift: cumbre, cima, cúspide de la literatura universal, genial autor que, a pesar del paso del tiempo, siempre será actual porque su escritura está basada en la paradoja entre las conjeturas racionalistas del ser humano y sus prácticas atroces: la crueldad, la estupidez, la búsqueda del poder por el poder mismo y la hipocresía.

El arte de la mentira política, un libro de pocas páginas, editado, conjuntamente con otra obra corta del irlandés: La batalla de los libros antiguos y modernos, por Orbilibro Ediciones S.A. de C. V. fue escrita con un estilo muy original: Jonathan Swift le atribuye el ensayo a John Arbuthnot y él se convierte en reseñista de la obra. De forma tal que sólo ‘resalta’ del presunto escrito original lo que conviene a sus fines para satirizar a los políticos mentirosos. Esta arbitrariedad válida en la literatura, puede provocar en quien lea esta columna la creencia de que soy yo quien opina cuando transcriba, parcialidades, de lo que Swift con sutileza y sentido del humor escribió. Todo lo que usted lea a continuación son ideas de Swift a propósito de su falsa crítica al tratado de Arbuthnot, abreviadas, ligadas y aderezadas por quien firma esta columna. Ahí voy:

La mentira política es el arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables para –según la óptica del mentiroso- un buen fin. Se denomina arte para distinguirlo de la acción de decir la verdad que no precisa de capacidad, imaginación y talento. No existe ningún derecho a la verdad política; el pueblo no tiene derecho alguno a pretender ser informado de la verdad en materia de gobierno.

El autor distingue tres clases de mentiras: mentira calumniosa, mentira por adición y mentira por traslación. La mentira calumniosa empieza por los rumores difamatorios de los que están en el poder, tiene como objetivo despojar a un buen hombre de la reputación que se ganó por méritos propios. La mentira por adición es aquella que otorga a un personaje mayor reputación de la que le corresponde para ponerlo en condiciones de servir a determinado propósito político. La mentira de traslación es la que transfiere el mérito de una buena acción de un hombre inteligente a otro carente de ingenio y agudeza pero saturado de ambición; o por la que se quita el demérito de una mala acción a quien la ha cometido para transferirlo a un subordinado.

El siguiente párrafo parece que lleva dedicatoria: Por lo que respecta a las mentiras que se difunden con la finalidad de animar y alentar al pueblo, he aquí las reglas que prescribe: Es necesario, dice el autor, que no se sobrepasen los grados habituales de verosimilitud; las mentiras deben ser variadas, y no se debe de insistir siempre obstinadamente en una misma. En cuanto a las mentiras que contienen alguna promesa o pronóstico, sería poco prudente fijar las predicciones en el corto plazo pues se correría el riesgo de quedar expuesto a la vergüenza y al apuro de verse pronto contradicho y acusado de falsedad.

La publicación contiene un proyecto para reunir en una sola sociedad varias pequeñas agrupaciones de mentirosos. La asociación propuesta debe estar constituida por los jefes de cada partido político; no podrá difundirse ninguna mentira sin su aprobación previa, porque ellos son los más capacitados para juzgar lo que conviene a cada coyuntura y decidir qué tipo de mentira debe utilizarse en cada ocasión. Si se advierte que alguno de los miembros de la sociedad se sonroja o se turba al pronunciar una mentira será excluido y declarado incapaz.

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Manejaba tan mal que el GPS le dijo: En cien metros estaciónese a la derecha que yo me bajo.