Elecciones 2024
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Pido perdón a los elefantes por compararlos con un psicópata. Lo hago porque el símbolo del Partido Republicano, al que pertenece Donald Trump, es un elefante y la anomalía psíquica que padece el señor Trump produce, en sentido figurado, entre los que hablamos español, los estragos y quebrantos que provocaría un paquidermo suelto y sobresaltado en una cristalería.

No exagero al calificar de psicópata al multimillonario que aparentemente es una persona normal en sus funciones perceptivas y mentales; sin embargo, basta con verlo y escucharlo para percatarse de que tiene una personalidad patológicamente alterada con una conducta social que lo hace transgredir la Convención Interamericana contra el Racismo, la Discriminación Racial y Formas Conexas de Intolerancia de la Organización de Estados Americanos (OEA) y demás convenios internacionales contra el racismo y la xenofobia.

Falto de tacto político, colmado de odio racial, el precandidato a la presidencia de los vecinos del norte abrió las hostilidades al expresar lo siguiente (mis comentarios entre paréntesis): “Cuando México nos manda su gente, no nos manda a los mejores (según pa’ qué); no te están enviando a ti, ni a ti (pues no, ¿cómo te va a enviar a ti si ya estás aquí?). Nos manda personas que tienen muchos problemas y nos traen esos problemas acá. (No se los mandamos, ellos se marchan porque el mundo no tiene fronteras para quien se muere de hambre en su región y los problemas que llevan son necesidad y ganas de trabajar). Traen drogas (que les encantan a los estadounidenses y que una vez que pasan la frontera ellos distribuyen y consumen), traen crimen (ninguno como los que han ejecutado ciudadanos estadounidenses de manera masiva en lugares públicos), traen violadores (de Papantla) y algunos, asumo, son buenas personas (hombre, cuando menos don Donald desde su óptica maniquea salva a uno que otro paisano, qué amabilidad del señor que se tapa el cráneo con un estropajo para que no se vea su escaso cerebro)”.

El periodista mexicano Jorge Ramos, que se ha caracterizado por sus agudas críticas al precandidato republicano, antes fue sacado por el equipo de seguridad de Trump de una rueda de prensa con una intolerancia digna de la peor dictadura.

Juzgue el lector si está en sus cabales un político que ha prometido que de ganar la elección deportaría a más de 11 millones de indocumentados y desconocería la nacionalidad estadounidense de los 4.5 millones de hijos de éstos, ya nacidos en Estados Unidos.

Una vez expulsados, construiría un muro de 3,185 kilómetros, la longitud que tiene la frontera de los Estados Unidos con México, con el fin, según una de sus pocas neuronas, de que no pase un solo mexicano al país que piensa gobernar. Según él, es especialista en construir muros, aunque en su vida haya pegado un ladrillo con otro. Lo que sucede es que es dueño de una constructora, empresa en la que vaya usted a saber cuántos miles de mexicanos y otros hispanos hayan trabajando percibiendo sueldos miserables.

Por si fuera poco, don Donald ha decretado que el costo total de la muralla va ser pagado por México. Desde sus escasas neuronas, adivino el silogismo que lo llevo a esa conclusión: “El muro es para que nadie pase de México a Estados Unidos y de Estados Unidos a México. Ningún estadounidense va a desear jamás pasar al lado mexicano porque allá no hay tiendas Target. En cambio, serán muchos los mexicanos que intenten brincarse la muralla en busca del sueño americano. Luego, los que van a usar el muro, que no podrán pasar, serán los mexicanos”.

Otra cosa. Imagino a uno de los capataces de su empresa decirle: “Señor Trump la mejor mano de obra para la construcción y la más barata es la de los mexicanos. ¿Qué vamos a hacer para construir el muro si usted ya los sacó del país?” A lo que el magnate responderá: “Vamos a contratarlos y que lo hagan desde el lado mexicano”.

Aquí le propongo al lector un ejercicio de imaginación: hagamos de cuenta que este pinche loco llega a la Casa Blanca (la de la Washington, no la de Sierra Gorda) y se le ocurriera con el apoyo del Congreso cambiar la enmienda 14 de su Constitución: quedarían sin nacionalidad gringa todos los negros por ser descendientes de esclavos y todos los hijos de los no nacidos en Estados Unidos, los cuales tendrían que abandonar el país.

En ese orden de fantasías, ante el éxito del cambio de la enmienda 14 que produjo que en Estados Unidos sólo vivieran blancos, el Congreso hace una enmienda constitucional más mediante la cual también les quita la nacionalidad a los nietos de migrantes. Un periodista del diario español El País descubre que el abuelo de Trump fue un migrante alemán de nombre Friederich Drumpf, apellido que se cambió por Trump porque, en aquel tiempo, los migrantes alemanes, como ahora los hispanos, eran mal vistos.

De la noche a la mañana Donald tiene que abandonar el país al que no pertenece pero del cual es presidente constitucional. México le concede asilo con la condición de que sin ayuda alguna se brinque el muro fronterizo. El Grupo Higa le presta para vivir la casa blanca (la de Sierra Gorda).