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“Lo que verdaderamente nos une no es la identidad de pensamiento sino la consanguinidad de espíritu”, escribió Marcel Proust en una de las siete partes de su novela seriada En Busca del Tiempo Perdido.

La cita es de gran profundidad si se contextúa para comprender parte de la condición humana, lo cual de suyo es de alta complejidad.

Por esencia, el ser humano se ha unido para alcanzar propósitos comunes, desde la cacería grupal en tiempos ancestrales, en oposición a la actividad individual, hasta la formación de agrupaciones con fines diversos, pero siempre basados en intereses dentro de la diversidad de puntos de vista.

Y, siguiendo la frase de Proust, la identidad de pensamiento es uno de los motores que puede conducir al logro de los objetivos comunes, pero no es suficiente. Se requiere de pasión, entrega más allá de los intereses: la consanguinidad de espíritu, eso que mueve a la multitudes por encima de las individualidades y beneficios per se.

México, su futuro y la visión de a dónde se quiere ir de manera tangible tendría que ser el foco que amalgame lo espíritus. Pero no sólo discursivamente sino en hechos concretos.

El ejemplo puede ser burdo pero ilustra  mucho de lo aquí expuesto: la esperanza de que la selección mexicana gane en cada torneo internacional subyace siempre. La gente sufre, goza, se entrega y apasiona sin más aguardado que la oncena en el campo triunfe y demostrar que sí se puede. Y cuando el triunfo ocurre las multitudes se desbordan y, sin más, salen a las calles y muestran orgullo.

En la derrota, la decepción es colectiva, pero –pareciera extraño- la esperanza permanece en cada torneo.

La esperanza siempre muere al último.

Un ejemplo más: las torpes declaraciones antimexicanas del magnate Donald Trump han generado esa consanguinidad de espíritu. Más allá de sus propios intereses, Grupo Televisa y Grupo Carso decidieron romper relaciones de negocio con el empresario estadounidense. Y paulatinamente avanza un cierre de filas necesario.

Lo mismo han hecho las grandes cadenas estadounidenses que tienen su audiencia en la comunidad hispano parlante, particularmente mexicana.

Parte de la condición humana –esta parte virtuosa relacionada con amalgamar espíritus- se conduce, no necesariamente se doma, si de cerrar filas se trata.

El Presidente Enrique Peña Nieto expresó en días pasados que con las acciones y el sistema anticorrupción que ha impulsado su gobierno se estará domando a la condición humana.

Cierto, parte de la condición humana –o la naturaleza humana- tiene esa otra parte oscura o negativa en que los intereses propios llevan a que los individuos por sí mismos o unidos en grupos cometan delitos, impongan sus voluntades o ganen de todas, todas, en perjuicio de otros y de la sociedad misma.

Domar a la condición humana implicaría entonces no sólo disuadir a las conductas negativas y delictivas –a través de marcos regulatorios-, sino verdaderamente castigarlas para impedir la impunidad.

Viene a la memoria lo dicho por un alto directivo de la banca: en México existen muchas y muy buenas leyes, pero no se cumplen. En otros países como Estados Unidos, hay pocas leyes pero se cumplen.  Puede ser parcial esta visión, pero tiene algo de verdad. Parcial porque está a la vista que en la Unión Americana grandes conglomerados financieros han cometido delitos de cuello blanco que han afectado a la economía mundial o recurrentemente ocurren escandalosos homicidios.

Domar la condición humana pasa por realmente aplicar las leyes y evitar la impunidad que brinda darle la vuelta al marco jurídico por el virtuosismo de litigantes o la entrega generosa de dádivas.

Pero ante todo implica ir formando una cultura –ésta sí- que no sólo disuada la ilegalidad sino que fortalezca la idea de que la legalidad y la competencia sana (combinada con las oportunidades para el crecimiento personal y profesional) son la mejor vía para el país.

Es ir construyendo un espíritu colectivo, un nacionalismo que se ha ido desdibujando por la sombra del pragmatismo y la conveniencia.

Domar la condición humana es una buena frase, pero implica mucho más que sólo disuadir o intentar controles.

Ahí está el gran reto.

PostScriptum.- Uno de los grandes problemas que enfrenta la industria de vinos y licores es la adulteración de bebidas alcohólicas. No sólo por el impacto que tiene en el negocio sino el latente riesgo de una intoxicación que pudiera causar daños a la salud de las personas. Una de las medidas de mitigación o control que por años se vino planteando fue la aplicación de un marbete de difícil falsificación. Tal vez la limitante será que la aplicación de un código QR no llegará a ser del todo accesible aunque sigue creciendo el mercado de teléfonos inteligentes que cuentan con aplicaciones de lectura de códigos. ¿Convendría la existencia de lectores QR en establecimientos?