Elecciones 2024
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La caricatura de debate que vimos la noche del domingo entre Hillary Clinton y Donald Trump es un retrato de la decadencia del país que todavía sigue siendo el más poderoso del mundo. En lugar de enfocar sus propuestas en la economía, la seguridad social y el cambio climático, la candidata demócrata y el candidato republicano se enfrascaron durante 90 minutos en una guerra sucia, donde se agredieron con alusiones al sexo, las mentiras, los impuestos y los correos electrónicos.

Trump amenazó con meter a la cárcel a la señora Clinton de llegar a ser presidente. (Tal vez en su ignorancia infinita, don Donald no sabía que en su desafío utilizó 
know-how —modo de hacerlo— 100% mexicano. Esta semana, el gobernador electo de Veracruz, Miguel Ángel Yunes Linares, va a presentar en las oficinas del candidato de tez anaranjada una factura para cobrar regalías por derechos de autor).

Donald Trump llegó a esta segunda confrontación en el peor momento de su campaña. La filtración de una grabación, difundida, el pasado viernes, por el Washington Post, en la que el empresario del peinado barroco —rubio Clairol— presume de la facilidad que le da la fama para hacer cualquier cosa con las mujeres, incluso agarrarlas de sus genitales, provocó que se agregaran los calificativos de asqueroso y degenerado sexual a los ya conocidos de xenófobo, racista, intolerante, payaso e hijo de su Pink Floyd, definición de Roger Waters.

Sin embargo, para contrarrestar los efectos causados por la transmisión del video entre los electores y aun entre los miembros de su partido: el conservador republicano, el empresario metido a político, invitó al debate a tres de las mujeres que en su momento acusaron a Bill Clinton de acoso sexual y a una cuarta que fue violada, cuando tenía 12 años, por un hombre al que Hillary defendió en su carácter de abogada hace más de tres décadas; una hora y media antes del debate las presentó en una rueda de prensa que trasmitió en su página de Facebook.

Me atrevo a suponer que las cuatro mujeres visitantes, a las que el equipo de campaña de Hillary calificó como “una artimaña” manejada por el equipo contrario para desviar los temas importantes, provocó una ocupación extra en la mente de la señora Clinton, que aunque dueña del manejo gestual y corporal que le han dado sus 30 años de andar en la política, se vio disminuida en su retórica y elocuencia. Los espectadores tuvimos la impresión de que hubo un par de ocasiones donde no pudo o no supo qué argumentar para derrotar a su contrincante con ideas inteligentes. Por el contrario, hostil desde el comienzo —ninguno de los dos intentó saludar al otro— cayó en el terreno que le convenía al señor del copete de estropajo: el de la reyerta y el denuesto.

A lo anterior habrá que agregar el comportamiento grosero de Donald, quien durante las intervenciones de la señora se paraba detrás de ella y hacía muecas a la cámara. Ahora mismo viene a mi mente la idea de que la táctica de pararse detrás, como persiguiendo a Hillary, fue hecha con la intención de ponerla nerviosa al pensar: ¿qué tal si este tipo me agarra como dice que nos agarra a las mujeres?

En cambio, durante las intervenciones del gigantón candidato del partido del elefante, la señora Clinton se sentaba para escucharlo y lo seguía con la mirada, dos o tres veces la vimos sonreír cuando Trump la señalaba con su pequeño dedo índice.

Durante el encuentro —debate o combate— me fijé continuamente en las manos con dedos pequeños de Trump por lo que recién había yo leído en el libro del filósofo estadounidense, Aaron James, traducido al español por David León Gómez, editado por Malpaso Ediciones, S. L, U. con el título: Trump: ensayo sobre la imbecilidad de cuya introducción transcribiré un resumen por dos cosas: 1.- Es un punto interesante. 2.- Me urge terminar mi columna.

Va: “Está claro que Donald Trump tiene cierta fijación por sus manos (…) la revista Spy ha dado en calificarlo de ‘hombre vulgar de dedos cortos’. Él, por su parte, ha tratado de rebatir semejante acusación (…) tal como explicó Graydon Carter, uno de los fundadores de la citada publicación: «Todavía hoy recibo, de vez en cuando, un sobre de Trump en cuyo interior encuentro una foto suya (…) con las manos marcadas con tinta dorada en un empeño de resaltar la longitud de sus dedos. No puedo evitar sentir algo semejante a cierta pena por el pobre, porque, a mi ver, sigue teniendo los dedos anormalmente rechonchos».

“¿A qué se debe una preocupación tan peregrina? La respuesta se reveló durante el debate presidencial del Partido Republicano (…) Marco Rubio se había burlado de él por dicho rasgo físico. Trump alzó los brazos y repuso: «Mirad estas manos. ¿Os parecen pequeñas? Pues él (Rubio) ha dicho: ‘Si las tiene pequeñas, también tendrá pequeño algo más’. Pero yo os aseguro que por ahí abajo está todo bien»”. (…)

“¿Qué clase de imbécil alude al tamaño de su pene ante un público educado mientras nos pide que lo hagamos presidente de Estados Unidos y le confiemos los códigos del lanzamiento de las armas nucleares, y con ellos el futuro de nuestros hijos entre muchas otras cosas?”.