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Cuando los banqueros centrales de Estados Unidos analizaban en su cuarto de guerra todos los números de la economía de su país para apoyar su estrategia monetaria futura, alguien les deslizó una tarjeta con una sola palabra: Grecia.

Una vista desde su perspectiva de expertos en economía les hizo entender rápidamente que lo que sucede en ese país europeo tiene el potencial de una explosión nuclear en los mercados financieros globales y se enfocaron en ello.

Por eso es que la presidenta de la Reserva Federal dejó un minuto esa visión egocéntrica de las finanzas estadounidenses para aceptar que Grecia tiene el potencial de alterar los mercados financieros del planeta entero, incluido Estados Unidos.

Esto fue la guarnición del platillo central que sirvieron el miércoles con su decisión de ser pacientes y más claros con el proceso de alza de las tasas de interés.

Y es que, por más que veamos con distancia las manifestaciones en la Plaza Sintagma de Atenas o creamos que Alexis Tsipras es un personaje del folklor europeo, la realidad es que en el momento mismo en que Grecia deje de pagar habremos de tener repercusiones locales inmediatas.

Si tenemos memoria de las ondas expansivas de crisis globales anteriores, como el efecto Samba de Brasil, el efecto Vodka de Rusia o el efecto Tequila de México, podremos dimensionar lo que está a punto de llegar.

La tragedia griega, el efecto helénico, como sea que la historia vaya a registrar este episodio, lo cierto es que está muy cerca de un capítulo climático que si bien no es el desenlace, un incumplimiento de pagos deberá de-satar reacciones en cadena.

El reparto de los efectos negativos inicia, por supuesto, por el propio pueblo griego que ante el incumplimiento de pagos podría implicar la salida de la zona euro, que su economía siga con el proceso de deterioro y pauperización.

El siguiente golpe llega para los eslabones más débiles de la zona euro. Hoy economías como España, a pesar de ser ejemplar su transformación ante la crisis de deuda, ya tienen que pagar un precio más alto para retener capitales. España, Italia, Portugal y hasta Francia recibirán el primer impacto.

La zona euro evidentemente se tambalearía con la salida de uno de sus integrantes, porque si bien es un país que aporta poco a la economía comunitaria, se convierte en el ejemplo del fracaso de lo que pretende ser un monolito poderoso de las finanzas mundiales.

Los países emergentes fuera de la zona euro también acusarían los efectos en fracciones de segundos. El vuelo a la calidad que implicaría el disparo de la escopeta de la crisis movería los mercados cambiarios, bursátiles y de dinero.

Y aunque el golpe sería dispar dependiendo de la salud de los emergentes, en una situación de pánico la ola arrasa con todo. Vamos, que se preocupe más Brasil que México después de las primeras semanas del impacto inicial.

El vuelo a la calidad a mercados como el de Estados Unidos se combinaría con la expectativa de un aumento futuro en las tasas de interés y perpetuaría la turbulencia.

En términos económicos, la amenaza de una recaída en el proceso de recuperación también sería inminente con un fracaso de Grecia en las negociaciones.

Es mucho, pues, lo que hoy está en juego.