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Petróleos Mexicanos (Pemex) necesita mucho dinero y un plan de inversiones que no olvide su grave condición financiera.

Lo que menos necesita la petrolera es mantener el capricho de construir una refinería que está lejos de ser un buen negocio y lo que más requiere es un plan radical de rescate financiero.

Hay muchos factores que juegan en contra del éxito del plan gubernamental de apoyo fiscal a la empresa productiva del Estado.

El primer problema es de recursos. La producción de petróleo crudo de Pemex ha caído drásticamente a niveles históricos. Hace 15 años producía 3.4 millones de barriles de petróleo al día y hoy sólo 1.7 millones. Menos petróleo es menos dinero, a pesar de la recuperación de los precios.

Esto hace que la maquinaria petrolera en su condición actual no genere lo suficiente para levantar a la empresa de esa enorme deuda de más de 100,000 millones de dólares que arrastra.

No tiene dinero para reinvertir y los planes de gasto de Pemex de este gobierno van más en el sentido de cumplir con el capricho presidencial de construir una refinería en Tabasco que en conservar su negocio central de explorar y explotar petróleo, en sociedad con los capitales privados, para sobrevivir.

Y es que Pemex fue la enorme vaca lechera de los gobiernos, priistas, panistas y el actual, que la han ordeñado hasta los huesos. Esto ha generado una dependencia fiscal al erario público que hoy tiene enormes inconvenientes políticos y sociales para romper con esa dependencia, porque implica una reforma fiscal de esas a las que el actual gobierno llama neoliberales.

En los mercados se hacen cálculos de que Pemex requiere algo así como 15,000 millones de dólares al año para solventar sus compromisos financieros y mantener su actividad principal. Algo que parece cuesta arriba cuando hasta hoy se mantiene una alta dependencia de los ingresos petroleros para completar el gasto público del Estado.

El entorno ayuda poco para poder hacer un plan creíble de auténtico rescate de Pemex.

Porque si a esta empresa se le permitiera reinvertir sus ingresos, sin tener en puerta planes de gasto tan absurdos, como Dos Bocas, si hubiera apetito privado por coinvertir junto con Pemex, podría sobrevivir y hasta mejorar al paso de los años su condición.

Pero esto traspasaría el problema a las finanzas públicas. El gobierno federal no puede dejar de recibir el equivalente a 1% del Producto Interno Bruto de aportaciones de Pemex sin que esto provoque un problema financiero mayúsculo al país y se ponga en riesgo la calificación crediticia de la deuda soberana nacional.

Sin una reforma fiscal verdadera, que elimine las exenciones en impuestos como el IVA, no alcanzará con un recorte al gasto y se tendría que incurrir en más deuda.

Hay un problema de confianza. El hecho de que Fitch Ratings pusiera en la orilla del papel basura la nota crediticia de Pemex apresuró los tiempos del actual gobierno para plantear una solución.

Ver la orilla del barranco que divide el grado de inversión del papel especulativo obliga a que las medidas que se anuncien sean radicales, rápidas, creíbles y posibles.

Y todo esto debe convencer a los capitales privados de que pueden tener la confianza de invertir en las deudas de Pemex y del gobierno mexicano sin esperar que de un día para otro les cambien las reglas del juego, como lo hicieron con el aeropuerto de Texcoco, una decisión que dejó muy bajos los niveles de confiabilidad en los que hoy gobiernan.