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Lo que entienden como falta de acción, empieza a desesperar a los aliados continentales del Ejecutivo mexicano: Trump le dijo ayer que si necesita ayuda para combatir al narcotráfico, él le manda su Ejército; y Maduro lo nombró el domingo en La Habana, jefe del eje populista latinoamericano.

De este lado, predominan los pasos medidos, pero Washington y Maduro (léase Cuba) son los máximos exponentes de la política continental y están acostumbrados a que las alianzas se noten en la práctica. Para colmo, ambos aliados del Ejecutivo mexicano, son enemigos jurados entre ellos dos.

Pero con ambos el “compromiso” no pasa de la retórica. Más con el eje populista: sus presidentes son recibidos en Palacio Nacional por delante de todos los del mundo libre y Morena los ensalza como “hermanos”. Pero el eje quiere que México asuma el papel que tuvo una vez Chávez.

En una falta de tacto político, demostración de fuerza, metida de pata (o las tres juntas), Maduro mencionó al presidente mexicano como el líder, en una reunión que se organizó en La Habana para condenar a Trump por sus políticas contra Cuba.

Sin embargo, Trump mantiene excelente relación con el mandatario mexicano, a quien acaba de elogiar en Naciones Unidas:

“Me gustaría agradecer al Presidente López Obrador en México por la gran cooperación que estamos recibiendo y por poner a 27 mil soldados en nuestra frontera sur. Estoy usando a México para proteger nuestra frontera porque los demócratas no cambian los vacíos legales en las políticas de asilo”

El gobierno mexicano debió tragarse aquel sapo: ante su poca capacidad para producir, depende de las exportaciones a Estados Unidos a través del vigente TLC, y representaron, de enero a julio, 209 mil 711 millones de dólares. Trump aún no firma el T-MEC.

Ahora Trump quiere meter más baza, ante lo que cree un fracaso del plan de seguridad aquí, y por la presión interna allá. Ayer, el senador republicano Tom Cotton, dijo que la estrategia “abrazos, no balazos quizá pueda funcionar en un cuento de hadas”.

El senador lo dijo después de la masacre a la familia de nacionalidad estadounidense LeBarón, que, al igual que antes la liberación del hijo de El Chapo (requerido como extradición por Washington), enrareció la relación con Estados Unidos.

Aunque, con esos dos frentes internacionales abiertos, no deja de asombrar que, adentro, el gobernante mexicano se desgaste en infiernillos, como utilizar a la Guardia Nacional para perseguir a choferes de Uber, y a su Inteligencia de Seguridad Publica en investigar a tuiteros.

Y que ayer detuviera la votación para la CNDH en el Senado, porque no ganaba su candidata. Una muestra de que controla todo.

O una sangre fría admirable.