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Hace unos meses dedicamos una edición de Sin Fronteras a analizar el comportamiento de las tasas de interés de largo plazo en Estados Unidos y, en específico, al entonces aplanamiento y después inversión de la curva de tasas. Después de alcanzar un máximo postcrisis de 3.23% en octubre del 2018, la tasa que pagan los bonos del Tesoro de 10 años ha tenido una caída ininterrumpida y acelerada, rondando actualmente 1.5%, y acercándose al mínimo histórico de 1.37% observado en julio del 2016.

En el mismo periodo, la tasa que paga el bono del Tesoro de 30 años pasó de 3.5% a un mínimo histórico de 2.02 por ciento. Mientras tanto, la tasas a corto plazo han tenido una disminución mucho menos marcada. La tasa de fondeo establecida por la Fed se ubica en un rango de 2.0 a 2.25% (después de la reducción de 0.25% al cierre de julio), mientras que el rendimiento de las notas del Tesoro a dos años se ubica en 1.5 por ciento.

El hecho de que la tasa de fondeo de corto plazo establecida por la Fed sea más alta que la tasa libre de riesgo a 10 años, y prácticamente idéntica, en su rango bajo, a la tasa de 30 años es un fenómeno poco común.

La inversión de la curva es tradicionalmente un presagio de desaceleración, o inclusive de una recesión, y señal de cautela para los mercados accionarios. La caída en las tasas de largo plazo no se da por generación espontanea; es consecuencia de un fuerte incremento en la demanda por bonos de Tesoro de largo plazo (vale la pena recordar que las tasas que pagan los instrumentos de renta fija se mueve en sentido opuesto al precio de dichos instrumentos).

Este incremento en la demanda de bonos del Tesoro de largo plazo es típico de un mercado que percibe crecientes riesgos y que busca desplazar recursos hacia activos seguros. Adicionalmente, el incremento en la demanda por este tipo de instrumentos se ha intensificado por la búsqueda de rendimientos positivos en medio de un contexto global en el que las tasas de interés que pagan los bonos soberanos de largo plazo de otros países desarrollados son negativas.

Recientemente, Alemania colocó un bono a 30 años con rendimiento negativo y el Banco Central Europeo está por embarcarse en un programa de estímulos monetarios que incluye reducir la tasa de corto plazo a terreno negativo y reanudar su programa de recompra de bonos soberanos de países miembros de la eurozona.

En un mundo lleno de incertidumbre y donde las tasas de interés rondan cero, un rendimiento de 1.5% a 10 años en Estados Unidos es atractivo, aun cuando el rendimiento en términos reales (es decir ajustado por inflación) es negativo (la inflación ronda 1.6% en Estados Unidos).

Asimismo, la decisión de rotar inversiones hacia bonos del Tesoro de largo plazo refleja una expectativa de deterioro en la actividad económica y una apuesta a que la Fed tendrá que continuar recortando las tasas de corto plazo. La combinación de un entorno global de menor crecimiento y una escalada en las tensiones comerciales está siendo interpretada por el mercado como una clara señal de incertidumbre y debilidad futura en las condiciones económicas a nivel global.

Aunque un simple tuit de Donald Trump comunicando posibles avances en las negociaciones con China podría provocar un rebote en las tasas de largo plazo, los mercados y la economía global se encuentran en un momento vulnerable y de creciente incertidumbre.

Aunque todas las recesiones de los últimos 50 años en Estados Unidos han sido precedidas de una inversión en la curva de tasas, no todas las inversiones de curva han sido seguidas de una recesión.

La economía estadounidense todavía tiene altas posibilidades de evitar de una recesión y que todo quede en una desaceleración, pero esto dependerá, en buena medida, del rumbo que tomen las negociaciones para evitar que las tensiones comerciales sigan escalando y se conviertan en una verdadera guerra comercial que termine por desestabilizar el comercio internacional y a los mercados.