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Durante las últimas cuatro semanas, hemos sido testigos de un ajuste importante en los principales mercados accionarios a nivel global. Entre el 18 de septiembre y el 16 de octubre, el índice Dow Jones, el S&P 500 y el Nasdaq presentaron un retroceso de 6.7, 7.4 y 8.2 por ciento respectivamente, borrando prácticamente todas las ganancias acumuladas en lo que va del 2014 para el S&P 500 y llevando al Dow Jones a territorio negativo. Este ajuste se presenta después de una racha alcista que, con la excepción de un breve episodio a la baja en enero de este año, fue prácticamente ininterrumpida desde noviembre del 2012. Asimismo, el ajuste se da después de un largo periodo donde la volatilidad brilló por su ausencia.

La edición de “Sin Fronteras” del 7 de agosto abordó precisamente este tema, donde destacamos que en nuestra opinión, los mercados estaban actuando de manera complaciente, descontando un escenario perfecto donde los choques externos brillaban por su ausencia.

La velocidad y brutalidad con la que se ha dado el reciente ajuste han llevado a un creciente número de voces a cuestionarse si este episodio de debilidad es solamente un ajuste temporal o si es el comienzo de una tendencia a la baja más prolongada, que en el argot financiero se conoce como un bear market.

Desde el punto de vista técnico, un bear market ocurre cuando el valor de algún mercado tiene una disminución de 20 por ciento o más durante un periodo de al menos dos meses. Un bear market también se caracteriza por la propagación de un sentimiento de pesimismo que lleva a los inversionistas a vender sus acciones y a deprimir aún más los precios.

Sin embargo, para poder entender si estamos viviendo una corrección temporal o un bear market es necesario entender las razones principales detrás del ajuste. Tal vez una de estas razones es que en los meses de complacencia, los mercados parecían estar incorporando un escenario sin sobresaltos en el que el impulso de la liquidez inyectada por los bancos centrales sería reemplazado por una importante recuperación en el entorno económico y por ende en las utilidades de las empresas.

No obstante, la situación actual, con la excepción de Estados Unidos, es una donde el crecimiento económico no sólo es insuficiente si no que apunta a una mayor debilitación. Claramente la economía global está en desaceleración y algunos bloques económicos, como la eurozona, están en pleno estancamiento. Pero esto no es lo mismo que una situación de recesión.

Para algunos expertos, una nueva recesión global será evitada por algunos factores estabilizadores como la baja en los precios de los energéticos, la ausencia de inflación y la fortaleza de algunos bloques económicos. Ante esta situación, es posible que el ajuste actual en los mercados no sea más que una situación temporal y no el comienzo de un bear market.

Sin embargo, esto tampoco quiere decir que los mercados tienen con que retomar su tendencia al alza de los últimos dos años ni que el ajuste a la baja ha concluido. Si bien es cierto que antes del ajuste las valuaciones de los mercados accionarios, medidas por el múltiplo precio/utilidad no estaban en máximos históricos, tampoco estaban muy lejos.

El ajuste ha llevado a las valuaciones a un nivel más cercano a los promedios históricos, pero aún por arriba de éstos. Lo que es un hecho, es que la volatilidad está de regreso y que los mercados tendrán que ser menos complacientes. Aunque el riesgo de recesión existe, también existe la probabilidad de que ante esa situación los bancos centrales actúen de nuevo para apuntalar a los mercados.