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Esta semana comenzó el ritual anual del Congreso Popular de China en el que, entre otras cosas, se fijan las metas económicas de China para el año en curso. En esta ocasión se fijó una meta crecimiento económico de 6.5%, ligeramente inferior al crecimiento observado en el 2016, de 6.7%, y menor al rango de 6.5 a 7%, establecido el año pasado.

La cifra representa la expectativa oficial más baja desde el 2004 pero no constituye una sorpresa mayor ya que el consenso de los principales economistas se ubica cerca del objetivo del gobierno. El mercado está perfectamente consciente de que el modelo de crecimiento chino se encuentra en una etapa de transición que representa un desafío muy importante para China.

Es importante recordar que China se transformó, de una economía rural, hace 50 años, en la segunda economía más grande del mundo. Este milagro chino se generó con tasas de crecimiento anual promedio cercanas a 10% durante más de 30 años. Este extraordinario periodo de crecimiento acelerado se dio en medio de una migración masiva de la población rural a actividades más productivas, principalmente como mano de obra en la industria manufacturera de exportación.

Esta gran migración permitió a China ofrecer ventajas competitivas claras en términos de costos laborales y convertirse en una potencia manufacturera a nivel global. Sin embargo, esta primera etapa del modelo económico fue generando rendimientos decrecientes conforme la gran migración fue agotándose, elevando los costos laborales y restando competitividad a la industria manufacturera.

No obstante, la dirigencia china reconoció esta situación y en los primeros años de este siglo instrumentó una transición económica a una nueva etapa en la cual la manufactura y las exportaciones cedieron paso a la inversión pública como el principal motor de crecimiento.

Sin embargo, este modelo de crecimiento, basado en la inversión pública, también ha llegado a su fase de agotamiento, ya que ningún país puede ser suficientemente productivo para re-invertir 50% de su PIB en infraestructura y otros bienes de capital -el promedio de inversión en otras economías en fase acelerada de desarrollo es más cercano a 30%- sin provocar un problema de sobrecapacidad y retornos decrecientes.

El gobierno chino tiene consciencia de esta situación y está tomando medidas concretas para acelerar la transición del modelo económico a una tercera etapa basada en el consumo doméstico como principal motor de crecimiento. Como parte de esta transición, el crédito al sector privado en China ha vivido una verdadera explosión, que se ha convertido en una preocupación real.

El reto es complicado ya que los consumidores chinos mantienen una baja propensión a consumir y un alto nivel de ahorro, a pesar del crecimiento observado en el ingreso disponible. Es por esto que China ha buscado, a través de los estímulos monetarios, apuntalar el crecimiento e impulsar una mayor participación del sector privado. Esta actitud expansiva del Banco Popular Chino ha estimulado el crédito al grado de generar una burbuja.

Las autoridades chinas han reconocido este riesgo y el banco central ha adoptado ya una postura menos expansiva a través de una combinación de incrementos graduales en la tasa de interés y un posible alto en la expansión de su balance. Un ingrediente que podría apoyar la transición del modelo económico son las reformas estructurales, sin embargo, la agenda lleva un ritmo sumamente lento.

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