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México no debería renunciar, bajo ninguna circunstancia, a iniciar la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) tan pronto como los tiempos legislativos de Estados Unidos lo permitan.

Es muy válido pensar que los tiempos electorales pueden cruzarse en el camino y por lo radical de las posturas podría en México elegirse el próximo año un gobierno que no sólo tire todo lo acordado hasta ese punto, sino que incluso mande al diablo el acuerdo comercial.

Ya vimos que el peso tuvo una reacción tangible a los resultados electorales del domingo pasado. No tanto por quién ganó en el Estado de México, sino por quién perdió y cómo en esa derrota se van a la basura las peores amenazas del populismo, como frenar la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.

Sin embargo, paralizarse en una negociación tan importante por esa agenda electoral interna, por miedo al populismo, sería perder de vista al papá de los demagogos radicales que despacha como presidente de Estados Unidos.

¿Vio usted algún titubeo en Donald Trump cuando en el jardín de las rosas de la Casa Blanca anunció la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París? Bien, pues tampoco veríamos ninguna vacilación en anunciar la salida de su país del TLCAN si las pláticas no inician y avanzan.

No llegaremos ni los mexicanos ni los estadounidenses en blanco. La muy difícil negociación que se dio en el caso del azúcar mexicano permitió calibrar a los equipos de comercio de cada uno de los países y su interacción con los sectores productivos. En este caso, dos industrias azucareras altamente radicalizadas.

Los problemas verdaderos pueden venir por la repartición de roles al momento de la negociación.

En México no hay duda de que la coordinación es absoluta dentro del gobierno mexicano. Está claro que el canciller Luis Videgaray tiene el estatus de cabeza de grupo, pero nadie regatea el papel del secretario de Comercio, Ildefonso Guajardo, como el experto en jefe para la negociación.

Pero en Estados Unidos, parece haber una división. Quizás una confrontación entre los responsables de la cartera comercial. Por un lado, el titular del Departamento de Comercio es Wilbur Ross.

Tras un ríspido primer acercamiento entre este personaje y las autoridades mexicanas, la relación en este punto es fluida. Hay canales permanentes de comunicación y con lo visto en el tema azucarero, hay mecanismos que funcionan para lograr acuerdos.

Pero al mismo tiempo está Robert Lighthizer, quien es el representante comercial del gobierno de Estados Unidos y por lo tanto la cabeza negociadora en lo que viene para el TLCAN.

Había incluso una comunicación no tan gentil desde la oficina de este personaje, dirigida al secretario Ildefonso Guajardo donde habría señalado algo así como: no te equivoques, el responsable soy yo.

Hay otros personajes relacionados con el comercio y que son difíciles de leer con claridad como Peter Navarro, director del Consejo Nacional de Comercio de la Casa Blanca, que pueden desde su consejería jugar un papel importante para conseguir o no un resultado favorable en la renegociación.

O Gary Cohn, jefe de Asesores económicos de Donald Trump, quien goza de una mejor fama de pragmático, quizá por su paso como directivo de Goldman Sachs.

Así que primero hay que ver con qué bando se va a renegociar el TLCAN, con los afines al impresentable radical de Stephen Bannon o con los más abiertos y pragmáticos que de manera emblemática representa Jared Kushner.

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