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Lejos de constituir una “hazaña”, la fuga de El Chapo Guzmán fue posible por acciones y omisiones específicas del personal carcelario.

Aunque la cámara en su celda no podía captarlo en el retrete o bajo la regadera, el penal del Altiplano cuenta con la tecnología que habría alertado sobre el escape y que, o estaba descompuesta, o fue desactivada por quienes fueron sobornados.

¿Qué pasó con los micrófonos que en las celdas para reos con mayor capacidad intelectual o financiera registran hasta lo que muchos presos cantan o dicen (el encierro hace que muchos hablen solos), sin que los custodios y el oficial del módulo se percataran de la ruidosa demolición del basamento de concreto?

¿O qué con los sensores de vibración del subsuelo y detección de oquedades y movimiento que se instalaron en 2011 por recomendación del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México?

¿Y los aparatos de rayos X para impedir el ingreso al penal, por ejemplo, del localizador GPS con que el multihomicida guió a sus cómplices hasta el piso de su regadera…?

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