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El fin de semana estuve en una plaza comercial, una de esas que cuando cruzamos la frontera con Estados Unidos llamamos mall. Es notable que los precios se han elevado no a la par del Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC), sino más bien al ritmo del dólar.

Determinadas tiendas de ropa y calzado, junto con algunos productos electrónicos de última generación, tienen un precio simplemente convertido del dólar al peso.

Hay otras tiendas que han aumentado sus precios de forma más moderada porque tienen todavía algún margen de contención.

Claro que también hay en esta temporada descuentos de fin de temporada que, hasta con 50% menos, ayudan a tener alternativas de compra y de paso contribuyen a que la medición del INPC que hace el Inegi se equilibre.

Pero es un hecho que hay en determinados sectores de la población la duda de si realmente el Inegi mide bien la inflación, porque ese tan publicitado 2.5% de inflación anual no corresponde a la realidad de muchas personas.

El principal aval de la inflación medida por el Inegi es el Banco de México. Desde su autonomía, el banco central ha puesto en duda hasta el manejo fiscal del país pero no la medición de la inflación. Por lo tanto, debe ser correcto.

Lo que sí le falta al Inegi es elaborar subíndices de inflación por sectores sociales. Los precios para los consumidores de un nivel socioeconómico medio alto, en zona urbana, no son lo mismos que para un estrato social medio bajo en una población semirrural.

El principal activo que tiene una institución como el Inegi no es su poder de cómputo o procesamiento de datos; sus actuarios son indispensables, pero la confianza está en la parte alta de sus más preciados valores.

Si no hay credibilidad en sus cifras, no orienta adecuadamente a los agentes económicos y anula su utilidad.

Hay por ejemplo serias dudas sobre la utilidad de sus indicadores cíclicos. El indicador coincidente que publicaron con datos de marzo marcaba una economía con un crecimiento sostenido, en expansión. Para el mes siguiente, ese mismo indicador daba cuenta de una economía con bajas sostenidas, en recesión. De esta manera, mostraba una contradicción que invita a dudar del instrumento.

Ahora el cambio en la metodología de la medición de los ingresos familiares del Módulo de Condiciones Económicas 2015 provoca un enfrentamiento del Inegi no sólo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, sino hasta con el sentido común.

Reportar un incremento en el ingreso de más de 33% en los ingresos de los hogares más pobres y de 12% en todos los hogares de México invita al enojo y al desprestigio de la fuente.

Hay ciertamente una tendencia, como especie de deporte nacional, de mantener un pesimismo económico. Eso es de alta utilidad para los que quieren llegar al poder a través del rompimiento y el encono.

Un cambio de metodología sin explicación previa es fácilmente interpretado como un juego de números a favor de las causas del gobierno. Y eso le pega básicamente a la confianza en el Inegi, a nadie más.