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¿Qué le sucede a un político que incumple una promesa de campaña al momento de llegar al poder? Simplemente se le ataca y critica hasta el cansancio.

¿Qué pasa si el que incumple un planteamiento de campaña es Andrés Manuel López Obrador? Por ahora, dos opciones: o todo el mundo voltea a otro lado y finge no darse cuenta, o bien, le aplauden a rabiar y gana nuevos seguidores.

Esta segunda opción es justo lo que ocurre con las recientes declaraciones del equipo hacendario del presidente electo.

Durante las últimas décadas, López Obrador había repetido sistemáticamente que, de acuerdo con sus cálculos, la corrupción le costaba al país 500,000 millones de pesos al año y que cuando llegara a la presidencia, y se acabara la corrupción por ósmosis, destinaría esos recursos al gasto social.

Bien, pues ya desde la posición del cantinero los números parecen diferentes.

Ciertamente, ya tenemos el adelanto de cuantiosos ahorros por el programa de austeridad con el que llega la siguiente administración, pero parece que los números reales quedarán lejos de la figura imaginada por el ganador de la pasada elección presidencial.

El temor de los analistas durante los últimos años era que, a pesar de que la terca realidad demostrara que no habría tal ahorro en corrupción, de cualquier forma, un gobierno lopezobradorista quisiera gastar esa cantidad sin un sustento.

La buena noticia, la que hace que el gobierno entrante obtenga inesperados aplausos, es que el futuro subsecretario de Egresos de la Secretaría de Hacienda en el gobierno de López Obrador, Gerardo Esquivel, prometió respetar el sentido común.

Si no se consiguen los recursos proyectados originalmente, algunos de los programas planeados no podrán tener los alcances esperados, dijo Esquivel y detalló que el ajuste se daría inicialmente en el programa de jóvenes aprendices.

Si no alcanza el ingreso, se limita el gasto. Esto que suena a una obviedad es un gran logro cuando se ceñía una amenaza populista, cuando el temor entre la mafia del poder y la prensa fifí era que estábamos en la antesala de nuevos desequilibrios en las finanzas públicas.

Lo que sigue, ahora que hay conciencia de que serán insuficientes los recursos imaginados, es saber cuáles serán los motores de ingreso para dar forma a esos programas sociales tan soñados.

Desde el principio, ha quedado claro que los requerimientos de gasto de un gobierno de López Obrador son superiores a los ingresos que hoy aporta el país.

La sensatez que ahora se nota para iniciar el gobierno de López Obrador puede tornarse en desesperación si la economía no aporta los recursos suficientes en adelante. La presión política puede ser mayor que el sentido común de sus sensatos financieros.

Malas decisiones de gasto y de confianza, como construir refinerías o cancelar la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de México, pueden llevarlos a tener menos ingresos disponibles y entonces orillarlos a explorar los pantanos de la indisciplina fiscal.

Por lo pronto, de saque, el equipo financiero de López Obrador se deja ver como prudente en el manejo presupuestal y esto calma y motiva a los tan temerosos mercados.