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El gigante petrolero que parecía invencible cargó durante muchas décadas la suerte financiera de todo un país. Tal responsabilidad y esa falsa sensación de inmunidad sustentaron los peores excesos financieros, entre ellos los laborales, que hoy tienen a Pemex amenazada.

La relación codependiente que parecía invencible hasta hace no mucho tiempo se daba entre la paraestatal que produce el tan codiciado petróleo, lo vende y paga como si fuera un impuesto la mayor parte de sus ingresos. A cambio recibe del gobierno federal el aval para endeudarse en su nombre y la vista gorda para manejarse con total discrecionalidad.

De esto lo que ha cambiado es que el petróleo no es hoy tan codiciado y que a Pemex la empiezan a manejar con las prácticas propias de una empresa, no de una oficina burocrática.

Por lo demás, a Pemex le siguen quitando la mayor parte de sus ingresos y el gobierno sigue dando a cambio el aval incondicional para sus deudas.

Pero aun con la garantía de la Tesorería pública, hay niveles de resistencia que no se pueden traspasar, menos cuando los precios del petróleo están tan bajos y con pocas expectativas de una recuperación en el corto plazo.

Si algo no se le puede regatear a este gobierno es el uso de su capacidad política para modificar al sector energético en su conjunto. Desde la profunda reforma constitucional hasta el convencimiento de los dirigentes sindicales de alinearse con los cambios (alguno que no lo quiso hoy despacha desde un penal).

La modificación al contrato colectivo de trabajo de los petroleros llega al menos dos décadas tarde y además llega incompleta. Pero es al parecer a lo más que podemos aspirar por ahora y que se mantenga un control político interno de la empresa y el sindicato.

A usted que le hacen sentido los números, imagine un pasivo laboral de 1 billón 500,000 millones de pesos (así se ve en dígitos: $1,500,000,000,000) y en aumento. Si Pemex estuviera sola como empresa, habría quebrado hace varios años, pero aun con el aval gubernamental se acerca a lo impagable, porque no es el único compromiso financiero del país.

Haber logrado aumentar la edad de retiro a los 60 años para los trabajadores con menos de 15 años de antigüedad no debe ser visto como una graciosa concesión de los petroleros, es un intento de salvar sus propias pensiones.

Y es un intento porque un pasivo que ya pesa en los equilibrios financieros de un país, como sucede en México, se convierte en un foco amarillo para todos.

Los trabajadores afiliados al IMSS tienen que trabajar hasta los 65 años, los trabajadores petroleros hoy accedieron a hacerlo hasta los 60 y posiblemente en el 2021 acepten ser iguales al resto de los trabajadores del país y se suba la edad de retiro en esa industria a los 65.

Como sea, considérelo un triunfo. Con todo y que se usarán recursos de los impuestos de todos nosotros para compensar lo que los petroleros no han ahorrado durante todos estos años. Aun así, nos conviene.

El problema del sistema de pensiones de los petroleros es el más importante, pero no es el único. Los electricistas tienen también su propia bomba de tiempo, junto con muchas universidades públicas, administraciones estatales y municipales. Y hasta el propio sistema de pensiones de las afores que se estancó en su necesario dinamismo de adaptación a la realidad del mercado laboral.