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Los índices inflacionarios de México y Estados Unidos están en un punto donde presentan algunas cosas en común.

Aunque los índices generales parecen contar una historia de éxito en la lucha contra la alta inflación, en ambas economías los índices subyacentes desmienten ese optimismo que, también en ambas naciones, pretenden vender sus autoridades.

Por partes, tanto México como Estados Unidos ya tienen datos disponibles de las mediciones inflacionarias al cierre de julio pasado.

En México, el Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC) mostró un registro anual el mes pasado de 3.51%, después de que en junio pasado la tasa anual fue de 4.32 por ciento.

Evidentemente, el dato aislado, politizado y simplificado, podría sugerir que la política monetaria aplicada por una mayoría de integrantes de la Junta de Gobierno ha sido exitosa y que “se logró” controlar la inflación hasta los niveles aceptados por el propio Banco de México.

Pero esto no es así, los precios volátiles ayudan a mejorar el registro general, pero no determinan una tendencia bien definida a la baja.

Porque en la inflación subyacente, que elimina esa volatilidad de los precios de temporada, ahí la historia es diferente. No sólo por el registro anual hasta julio pasado de 4.23%, fuera de rango, sino por aquellos componentes en bienes y servicios que mantienen presiones al alza.

De manera similar en Estados Unidos también presenta un panorama complejo. La inflación general, el Consumer Price Index (CPI), se mantuvo en julio sin cambios con respecto a junio pasado en 2.7% anual, que es un registro que está arriba de la clara meta de la Reserva Federal (Fed) de 2.0%, pero que no refleja los aumentos esperados por los aranceles comerciales aplicados por Donald Trump.

Sólo que la inflación general se moderó por una baja en los precios de la energía, porque los precios de los alimentos se mantuvieron estables y porque se siguen desplazando los inventarios.

Pero la inflación subyacente (Core CPI) cuenta una historia diferente, ha tenido su mayor nivel de aceleración en seis meses y se ubica en 3.1%, porque aquí sí se empiezan a notar los efectos en la inflación de los aranceles comerciales impuestos por Donald Trump.

Como ejemplos, los precios de las prendas de vestir se elevaron el mes pasado 1.2%, los muebles 0.9% también mensual y los precios del café han subido en 14.8% términos anuales.

Así, México y Estados Unidos pueden mostrar un espejismo de éxito antinflacionario con sus mediciones generales, pero en el centro de los precios se mantienen presiones que merecerían una autoridad monetaria que se mantenga estricta.

Donde hay diferencias es en el hecho de que en aquel país su banco central tiene que enfrentar, además de una inflación renuente al descenso, a un Presidente autoritario que quiere imponer una baja en las tasas de interés a cualquier costo.

En México también hay deseos gubernamentales de buscar una reducción en el costo del dinero para impulsar un crecimiento que hoy es más cercano al cero, pero no ejercen una presión pública en contra del banco central, porque acá parecen contar con una mayoría de integrantes de la Junta de Gobierno que parecen compartir esa meta, a costa de las persistentes presiones en la inflación subyacente.