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Hace muy bien Leo Zuckermann en traer a la luz el antisemitismo mexicano que late en tantos nidos xenofóbicos de nuestra cultura política y religiosa.

Son creencias resistentes que medran de la  complicidad, tan mexicana por otro lado, de no hacer olas, de lavar la ropa sucia en casa.

Leo exhibe en su columna de Excélsior de ayer el antisemitismo de un tipo llamado Juan Dabdoub Giacoman, impostado presidente de un fantasmal Consejo Mexicano de la Familia.

De la mano de su estado de alerta antisemita, el señor Dabdoub Giacoman ha descubierto que en el destape de Claudia Sheinbaum hay un gato encerrado del tamaño de Morena.

Al señor Dabdoub Giacoman la candidatura de Claudia Sheinbaum le “confirma que Morena es un partido al servicio del judeo-comunismo. Nada nuevo bajo el sol”.

El señor Dabdoub Giacoman es autor inimitable de otras perlas, que reproduce Zuckermann:

“México necesita tener su propio Joe Arpaio en la frontera sur. Un hombre que defienda su patria de la peste”.

“Sólo pensar que alguna vez Juárez fue presidente de México, me da asco, indígena”.

“¿Cómo es posible que el ex presidente Fox permita que un indio patarrajada como Evo Morales lo amenace?”

Su antisemitismo es ostensible pariente de su racismo antiindígena y de su clasismo policial.

Posiblemente, el señor Dabdou no es sino una mala broma. No es, desde luego, una estrella de las redes sociales: tiene 717 seguidores en Twitter. Pero su talante antisemita tiene muchos más.

El columnista de La Jornada Alfredo Jalife, por ejemplo, azuza a una muy activa pandilla de seguidores dedicada a señalar el peligro y el contagio que ejercen sobre la vida pública de México personajes de apellidos tan delatorios como Woldenberg, Gutman, Krauze, el propio Zuckermann y hasta yo mismo, cómplice agazapado de esa etnia.

Recuerdo las pintas antisemitas que brotaron hace unos años en el sindicato del Seguro Social contra el entonces director del instituto, Santiago Levy, a propósito de un litigio laboral.

El antisemitismo late en nuestra cultura política y religiosa, lo mismo que el racismo y el clasismo.

No hay que subestimar sus apariciones, sino leerlas como lo que son: síntomas de sentimientos discriminatorios más amplios, que conviene nombrar y criticar, como ha hecho Leo Zuckermann en su columna de ayer: “Nuestros antisemitas” (http://bit.ly/2wWly90).

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