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Hoy tanto en México como en Estados Unidos se habla del presupuesto. Acá por los recortes, allá por la presentación que hará el presidente Barack Obama de sus planes de ingreso y gasto para el 2016.

Allá el presidente demócrata delinea un plan de mayores impuestos para los capitales que obtienen ganancias en el exterior a cambio de mayores gastos en las familias de clases medias.

En México, la baja en los precios del petróleo, que aportan la tercera parte de los recursos que gasta el Estado, obliga a repartir los recortes entre el gasto corriente y el gasto de inversión ante la promesa de no más impuestos y la urgencia de no más endeudamiento.

En Washington, Barack Obama se prepara para revivir las guerras presupuestales con el Congreso ahora totalmente dominado por los republicanos, y acá el Ejecutivo hace uso de sus facultades para ajustar el presupuesto, con la certeza de que cualquier necesidad legislativa está garantizada por su mayoría y sus alianzas partidistas.

El terreno de batalla presupuestal entre el presidente Obama y sus opositores está pavimentado con un crecimiento que se antoja sostenido, con los problemas deficitarios corregidos y con los capitales financieros del planeta entero haciendo fila para entrar en el momento en que disparen su primer aumento de tasas de interés.

En México, la ausencia de una verdadera reforma fiscal tiene al presupuesto hincado ante la caída de los precios del petróleo. La estrategia de expansión del gasto público a costa de un mayor endeudamiento hoy le estorba a la salud financiera del país y no queda más que recortar los gastos.

Es evidente que es la mejor salida que pudo asumir el gobierno de Enrique Peña Nieto. Optar por la salud financiera antes que mantener un espejismo de crecimiento cargado al gasto público. Hay cuestionamientos muy válidos sobre las áreas afectadas con la tijera. Siempre será mejor prescindir del gasto corriente antes que el gasto en inversión.

Sin embargo, parece estar en marcha una alternativa compensatoria de la actividad económica que podría apuntalar el crecimiento de este año.

Fue muy mala decisión de este gobierno girar la economía hacia papá gobierno y su gasto público. Nunca funcionó realmente y hoy cuesta por los recortes.

Por eso es que la estrategia implícita de hacer de México una potencia exportadora, antes que un país de un gobierno gastalón, parece ser la nueva política gubernamental.

El Banco de México dejó ver en su pasado comunicado de política monetaria que la devaluación del peso frente al dólar no había afectado hasta ahora el desempeño de la inflación, por lo tanto no mostraban inconveniente en que el pesito continuara con su rodada hacia abajo en su cambio frente al billete verde.

Si Estados Unidos crece y compra, al tiempo que México reduce sus expectativas por la tarea no hecha de depender tanto del petróleo, parece ser el momento de hacerse de la vista gorda con la devaluación del peso y permitir que se convierta en un elemento más de competitividad exportadora.

Si superamos ya el nacionalismo que cargaba el peso, si no tiene un impacto serio en la inflación y si los únicos que sufren las consecuencias son los turistas clase medieros que ya no podrán ir de shopping, adelante con los incentivos que da a los exportadores el tener una moneda aplastada por la paridad.