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Los griegos tienen el euro pero no 
el liderazgo para impulsar reformas.

El primer ministro griego, Alexis Tsipras, hoy puede presumir que doblegó a su poderoso bloque de acreedores, porque al final no fue su plan de austeridad el que se impuso, sino el que su propio gobierno puso sobre la mesa.

No importará políticamente si el que al final propuso Atenas y se aceptó fue incluso más profundo y ambicioso que el original, lo que más le va a servir es que el gobierno de Syriza ganó el referéndum e impuso sus condiciones.

Para los mercados financieros, para el bloque de la moneda única, para el planeta entero no hay mejor noticia que saber que Grecia se queda en el euro y que recibirá más recursos para seguir pagando el servicio de sus deudas.

Es un gran respiro que se nota en el ánimo de los inversionistas, que desde los futuros del fin de semana dejan ver con qué entusiasmo iniciarían esta semana.

Es la preservación del statu quo europeo que puede aspirar a seguir con sus sueños de poseer una moneda tan importante como el dólar y puede recuperar sus planes de iniciar una tasa de crecimiento que lleve a la recuperación del bloque.

Claro que falta que todo lo que ahora se promete, se cumpla. Al final del día, la promesa de campaña y del “no” triunfador del referéndum fue poner fin a la austeridad y es justamente el camino al que van los griegos.

No se puede regatear el éxito político que tuvo el ejercicio de consulta de hace poco más de una semana de sembrar el miedo de abandonar el euro y que, en todo caso, la austeridad es la divisa para hacerlo.

Si todo marcha bien, en pocos días dejaremos de escuchar noticias de Grecia, de Tsipras, del plan de rescate y de la tragedia griega. El mundo regresará a sus preocupaciones habituales y los mercados habrán de estresarse con el problema del día.

Y entonces sí los griegos se quedarán solos y su crisis. Porque lo que hoy parece resolverse es la emergencia financiera de la zona euro, pero eso no soluciona la deuda griega de 180% de su Producto Interno Bruto.

No hay solución a su 25% de tasa de desocupación, no hay cambios a la pérdida de la tercera parte del tamaño de su economía en tan poco tiempo y a la ruta inevitable otra vez hacia la recesión.

Con lo que sí se quedan los griegos es con la camisa de fuerza del euro que les impide abaratar los costos vía una devaluación para tener una competitividad monetaria que los ayude a salir del fondo donde se encuentran.

Así, los griegos tienen el euro pero no parecen tener el liderazgo suficiente que use ese instrumento o cualquier otro para propiciar cambios estructurales profundos que eleven su productividad para aspirar a la vuelta de una o dos generaciones a no ser simplemente pagadores de intereses de sus viejas deudas y convertirse en un auténtico milagro digno de sus mejores relatos mitológicos. Grecia, pues, a partir de ahora se queda sola con su crisis.